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De todas las propagandas concebidas para atraer al turista, para que éste pase sus vacaciones en Menorca, ninguna es más efectiva que el "boca a boca", lo que cuenta el visitante a su regreso dentro del círculo de conocidos y familiares, que es donde su palabra tiene capacidad de influenciar al que escucha, es fundamental. De ahí la importancia que tiene que al regresar a sus cuidados en los más dispares países de origen, puedan estos decir que lo han pasado de "dalt de tot".

¿Qué tiene Menorca para que un turista alemán, inglés, sueco o de Villaconejos se vaya satisfecho o disgustado? La primera cosa en contra es lo caro que le saldrá en comparación a otros destinos. Este es un problema sobre el que podríamos enrocarnos en largas disquisiciones donde seguramente no faltaría el ejemplo de ver cómo a un madrileño, pongo por caso, le sale más caro una semana en Menorca que en el Caribe.

¿Cuáles son los otros atractivos de nuestra isla para quien nos visita aparte del sol y playa? Sin duda una naturaleza agradecida, con una biodiversidad que sorprende. Y aquí es de justicia decir que es gracias a los menorquines en general y a los payeses en particular que la natura de la isla esté bien conservada. Sólo mirar las paredes de piedra seca como si estas fueran las arterias que recorren el cuerpo de la isla en todas direcciones, ya es un regalo para las retinas y más aún cuando en un entorno cromático de verdes o sienas surge mayestática la peculiar arquitectura de un lloc, bucólico paisaje que nos retrotrae a lo telúrico de nuestros ancestros. Unas vacas frisonas, las machas de verdor de una matas lentisqueras, el noble y recio acebuche y en un horizonte liberado de obstáculos, el azul del mar, con sus recogidas playas y calas de arenas blancas donde el personal podrá disfrutar de un mar sin sobresaltos.

La arquitectura de nuestros pueblos, que han visto pasar la historia de otros pueblos que iban y venían por la autopista del Mediterráneo, dejando en nuestra tierra una huella entrelazada, testimoniada por la piedra y aún más atrás, la genuina sabiduría de quienes trabajaron esa piedra para levantar taulas, navetas y talayots, que asombran al colectivo culto de la antropología y causan admiración a la mayoría de quienes, sin saber cuáles son los méritos de esas piedras educadas, intuyen, por su grandiosidad, que guardan en su silencio los secretos de una cultura fascinante. Sus callejuelas amables para ser paseadas al amanecer. Las calles, cuando huelen a vino y a cocina de una gastronomía menorquina heredera de una cocina de subsistencia que ha fiado siempre en su excepcional materia prima de verduras, carnes, pescados, mariscos y de una elaboración honrada, sin artificio.

La producción local de la chacinería y la soberbia industria quesera, que les digo que puede codearse con la mejor del mundo.

Tiene Menorca otros atractivos que no son meramente el de sol y playa, otras actividades, otros pasatiempos, pues tiene la isla mucho que ver y mucho de que admirarnos si hay voluntad de abrir la ventana de nuestro legado histórico en su más amplio sentido. Y aquí la gastronomía, los productos gastronómicos, la producción del calzado o la bisutería, pueden y tiene que ser un acicate importante, yo diría que nuestro gran embajador por los circuitos del turismo que ya nos visita o para abrir, como si todo ello fuera un ariete, nuevos mercados.

Lo de sol y playa está consolidado. Hay que dar alternativas, poner a trabajar el músculo de la creatividad menorquina, potenciando otros recursos que en su conjunto pueden ser sorprendentemente rentables, aunque sin duda ninguna, nada encontrará mejor el visitante, porque nada tiene mejor Menorca, que… sus gentes.