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Se hace difícil escribir unas líneas con motivo del LXXX cumpleaños de D. Guillermo Pons Pons. La verdad es que uno no sabe por dónde empezar. Por una parte, podría decir muchas cosas, poniendo de relieve el perfil biográfico o resumiendo su amplísima bibliografía, a través de innumerables libros y artículos publicados a lo largo de su vida.
Pero existe un principio unificador que explica su existencia: la fe y el sacerdocio. Como pastor de la Iglesia, como historiador, como escritor, etc, detrás de todo ello encontramos una fe inquebrantable y un sacerdote enamorado de su ministerio y entregado a la Iglesia.

Muchas veces, cuando se rinde homenaje a personalidades del entorno, se cae en visiones parciales por omitir ese hilo conductor, ese punto de referencia constante, que orienta y explica el significado global de la vida.

En nuestro caso, estoy seguro de que lo más importante es lo que no se ve. Sirva como comparación para tipificar a D. Guillermo el ejemplo del iceberg, esa masa de hielo cuyas dos terceras partes son invisibles, porque permanecen sumergidas y sólo apreciamos una mínima parte de la masa en la superficie.

Sólo quienes le conocemos de cerca, le tratamos y nos beneficiamos de su bondad y de su ciencia, podemos abrir una grieta en esa funda de humildad que le envuelve por completo y le hace pasar casi siempre desapercibido. Sus acciones, sus palabras, sus escritos, rezuman coherencia y sabiduría. Cuando estamos a su lado, disfrutamos escuchando sus intervenciones que, casi siempre, sientan cátedra entre los asistentes.

Unas raíces familiares cristianas, un periodo de formación humana, doctrinal y espiritual vivido con dedicación y reciedumbre, en el Seminario Diocesano y en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, forjaron una personalidad exigente para consigo mismo y comprensiva para los demás, de manera que una vez finalizados sus estudios en Menorca y en Roma, comenzó a repartir con creces aquello que había recibido y asimilado durante largas horas de oración y de estudio, que a lo largo de su vida han sido el viento que ha empujado las velas de sus ideales en la travesía de la vida.

Cristiano, sacerdote, menorquín y universal serían ahora cuatro calificativos a través de los cuales podríamos encuadrar destinos pastorales en la Diócesis, libros y artículos de carácter histórico, patrístico o divulgativo, la docencia, la etapa misionera en Perú, su preocupación constante por el fomento de las vocaciones sacerdotales, etc. hacen de D. Guillermo Pons Pons una de las personalidades contemporáneas más genuinas e interesantes, que no puede pasar inadvertida en una valoración objetiva, tanto cuantitativa como principalmente cualitativa.

Vaya nuestro agradecimiento a un hombre bueno y fiel, santo y sabio, que sin hacer ruido, ha acrecentado el número de varones ilustres que desde la fe y el sacerdocio han enriquecido Menorca. Sirvan estas letras para desearle, en nombre propio y el de muchos más, nuestra más cordial felicitación: "Ad multos annos!". Gracias, Guillermo, Dios te recompensará.