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Pocos son los escolares que sienten un flechazo por las matemáticas. A todos nos han dicho alguna vez que los números están a nuestro alrededor, que rigen la naturaleza, la vida misma. Las matemáticas son y pueden sonar a música, pero esa información no llega a calar, hasta que, a medida que pasan los años, te das cuenta de que llevamos, cada vez más, una existencia numérica e impersonal.

Nuestros diferentes códigos de barras nos acompañan, desde que nacemos hasta nuestro ocaso, desde el documento de identidad al de afiliación, el de la tarjeta bancaria, el pin del teléfono móvil, las claves del ordenador, el tipo de interés..., y luego están las ratios, esos índices que relacionan números, ya sea de personas u objetos, y deshumanizan cualquier debate, como el último a raíz del trato a los ancianos en uno de los geriátricos de Menorca. La cuestión se zanjó a base de ratios, el personal es el estipulado en la concesión y el pañal de incontinencia se cambia según el tiempo establecido, de acuerdo con el número de usuarios y la plantilla disponible, cuya profesionalidad no cuestiono. Lo triste es que en la última etapa de tu vida, cuando ya has entregado todo a esta sociedad, te cuenten las croquetas y los pañales como si fueras, de nuevo, un número. Pero esta vez inservible, exprimido, que cuando se multiplica y se divide, siempre da cero.