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Rechazar la violencia sin paliativos es fácil, mera cuestión de supervivencia y humanidad, pero encontrarle explicación, entender el cómo y el porqué, resulta tarea imposible en algunos casos. Como en el de Oslo. Un hombre joven, con estudios, educado, residente en uno de los países más civilizados del mundo se lleva por delante la vida de 93 personas y deja heridas a un centenar, en un acto que califica de "cruel pero necesario". El tiempo dirá si Anders Behrign Breivik, quien ha reconocido estar detrás del atentado en la capital noruega y de la masacre de Utoya, sufre algún tipo de desequilibrio que contribuya a proporcionar algo de luz sobre el asunto. Mientras tanto se multiplican las zonas de sombras sobre si es Noruega tan tranquilo, organizado y cívico como lo pintan, la manera en que se enfrentará a este golpe inesperado, cómo convive un Breivik entre ciudadanos que han crecido al calor de uno de los mejores sistemas educativos del mundo y, sobre todo, hasta qué punto a fuerza de repetir determinados mensajes se construye una visión perniciosa de la realidad, como la que atribuye a la inmigración, el Islam, la izquierda o la derecha, el origen de todos los males y que está detrás de tanta violencia inexplicable.