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El mal tiempo, la lluvia y el viento, son como las algas. No aparecen en las postales ni propician el baño de los turistas. No obstante, algo muy gordo los diferencia, y es que la posidonia se puede retirar, incluso para ser utilizada por los payeses como ya se hacía décadas atrás sin tanto protocolo, mientras que la meteorología adversa no admite más que lamentos estériles. Los efectos económicos de tanta nube no son pocos. Los chiringuitos, los hamaqueros y otros negocios relacionados, a buen seguro han notado un bajón en la facturación en uno de los momentos cumbre de una temporada turística que cada vez es más corta, y por tanto más sensible a los días malos, por pocos que estos puedan ser. El turismo estival es un sector especialmente sensible a cualquier tipo de alteración. Un volcán. Un atentado. Una epidemia de estrés entre los controladores. Una plaga. Las medusas. Cualquier cosa altera un sector que se basa en una actividad de ocio con una gran oferta a su disposición y no en la necesidad perentoria (el pan se vende llueva o haga sol). Con el día nublado, Josep Oliver, presidente de CAEB, afirmó el viernes que la economía insular seguirá dependiendo del turismo y con una actividad inminentemente estacional. Más sol y playa. Pero si el sol desaparece... ¿Cuánto cuesta un toldo insular? Al menos, pidan algunos presupuestos.