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Una cosa es lo que digan los folletos, las banderas, los reconocimientos oficiales y las webs con imágenes idílicas y otra la realidad. Eso lo han comprobado en carne propia dos turistas minusválidas, que recurrieron a la prensa para denunciar que playas señaladas como adaptadas en las guías, son en realidad inaccesibles. La eliminación de barreras y la accesibilidad formaba parte, no hace mucho -cuando aún no había telarañas en las arcas públicas-, del discurso políticamente correcto; ahora las palabras se las ha llevado el viento, y las rampas en las playas al parecer también.

Nadie es consciente de la carrera de obstáculos que supone cualquier actividad cotidiana hasta que vive en primera persona la situación, bien sea cargando un cochecito de bebé por las escaleras de un parking subterráneo, caminado con muletas por aceras maltrechas y peligrosas, cruzando pasos peatonales sin escuchar señales acústicas para invidentes o, como en este caso, contemplando el mar impotente desde una silla de ruedas. Separadas de esas anheladas aguas cristalinas que una mayoría disfruta, Raquel y Eva contemplan, en la imagen captada por la cámara, unos metros de arena que se convierten en un desierto insalvable.