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L a situación económica del país es complicada. El Estado, lo nunca visto, hace aguas por varios sitios, y a muchas familias ese mismo agua les llega ya hasta el cuello. Los impagos se multiplican y la cadena se rompe cada vez por más sitios. Las hipotecas son un lastre mortal, a pesar de que no hace muchos años el gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordónez, dijera que no había razón para preocuparse por el alto índice de hipotecados que tenía España, porque en el fondo se trata de "una forma de ahorro de las familias" (sic)! La realidad demuestra ahora todo lo contrario. La temporada turística, el flotador al que aferrarse en Menorca, se desinfla poco a poco. El esfuerzo que muchas familias hacen por mantenerse a flote está llegando al límite. Las esperanzas se agotan. Y en este escenario de pesimismo generalizado, un día tras otro los políticos recién elegidos en las elecciones municipales y autonómicas de mayo, no paran de alarmar sobre la crítica situación de las arcas públicas. Airear lo que hay bajo las alfombras es necesario y exigible, pero llega el momento de ponerse manos a la obra, cambiar lo que no sirve, achicar el agua que ahoga a muchos con cubos de ideas nuevas que devuelvan la ilusión y esperanzas al bolsillo.