TW
0

Quedan pocos días para que Madrid sea una fiesta juvenil con motivo de la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud. Acudirán centenares de miles de personas, en su mayor parte jóvenes, para un encuentro que, presidido por el papa Benedicto XVI, manifiesta la alegría de la fe en Jesucristo y la confianza en su Iglesia.

La Jornada es un encuentro multitudinario convocado por el Santo Padre y que tiene lugar cada tres años en una ciudad distinta. Ha recorrido ya los cinco continentes. La última tuvo lugar en Sydney, Australia, donde se anunció la que se celebra en la capital española. Desde entonces una gran cantidad de voluntarios dedica muchas horas de trabajo para coordinar todos los preparativos de esta gran fiesta mundial. En todas las anteriores ha primado la gran participación y la exquisita responsabilidad de los asistentes sorprendiendo incluso a periodistas y agentes de seguridad por la alegría de los rostros y por el orden y limpieza en el entorno en ese momento y con posterioridad a la celebración. Con seguridad se producirá ahora del mismo modo.

Los cristianos del mundo entero agradecemos sinceramente el inmenso esfuerzo de los organizadores. Desde el Consejo de Laicos en Roma hasta la diócesis de Madrid con todas y cada una de las parroquias y colegios; desde la Conferencia Episcopal Española hasta los distintas organismos y movimientos apostólicos, de religiosos o de laicos. También agradecemos la colaboración prestada por muchos organismos públicos que, con las autoridades al frente, desean responder a una justa demanda de una gran mayoría de ciudadanos que expresan públicamente su fe.

Nuestra diócesis de Menorca también participará en esta Jornada con un grupo de jóvenes acompañados de sacerdotes, diácono y religiosos. Yo mismo asistiré con ellos para vivir, comprobar una vez más y contar la experiencia universal del mensaje cristiano y de nuestra Iglesia. En calidad de obispo vuestro os pido oraciones para este acontecimiento. Orad por el Papa, por todos los que nos esperan en Madrid y por quienes llegan, llegamos, de cualquier rincón del mundo. Rezad por todos los participantes para que se encuentren con Jesucristo, le amen con mayor intensidad y sigan sus pasos con inmensa alegría. Ese es el mayor éxito de la Jornada a la que todos los cristianos nos sumamos con nuestras plegarias.

También ese es el deseo de muchos no creyentes: que todo salga bien. A ellos les agradecemos su apoyo y su comprensión por alguna pequeña molestia de unos días en esa gran ciudad; aceptan de una forma consciente el derecho que asiste al grupo de ciudadanos que profesan la fe cristiana a manifestarse, a sumarse a una concentración, a ocupar de un modo pacífico una vía pública o a cantar y a gritar la alegría de sus convicciones religiosas.

Conozco personalmente a los participantes menorquines. También a otros de muchas diócesis. Os puedo asegurar que todos ellos acuden a vivir la alegría de esta gran fiesta. No comprenden que su presencia pueda resultar un insulto o una agresión hacia nadie. No les cabe en la cabeza que dicho encuentro pueda ser una ofensa contra alguien de otra religión, cultura o ideología. No se obsesionan con los costes económicos del evento habiendo pagado ellos mismos de sus bolsillos el importe del viaje y la precaria estancia. No imaginan que alguien pueda cuestionar sus derechos cívicos como si fueran ciudadanos de segunda categoría. No entienden que alguien se muestre huraño, molesto o agresivo por la visita del Santo Padre.

No asimilan estas posturas negativas los jóvenes participantes porque ellos van a manifestar su alegría y la bondad de Dios con todos los hombres de este mundo. Y lo van a poder hacer con miles y miles de jóvenes de los cinco continentes. Se han preparado para ello con el hilo conductor del lema, Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe. Siempre con orientaciones positivas por parte de sacerdotes, catequistas y familias tratando que el amor de Dios que impregna el evangelio sea el proyecto vital para el presente y para el futuro. Siempre con consejos llenos de esperanza para que profesando, sin ningún reparo, la fe en Jesucristo, arraigados en Él, consideren a todos los demás como hermanos.
Sólo queremos dar a conocer con alegría el mensaje de Cristo. Queremos dar razón de lo que creemos y en quién ponemos nuestra vida y nuestra esperanza.

En esta línea de fiesta uno queda sorprendido cuando observa pequeños grupos que ridiculizan la fe cristiana, se molestan profundamente del encuentro, cuestionan todo tipo de colaboración, ven inaceptable recibir a una persona que ofrece sin imponer el mensaje del Señor y buscan el enfrentamiento organizando manifestaciones paralelas. Los cristianos olvidaremos las afrentas y los insultos, perdonaremos los rencores y las incomprensiones y seguiremos apoyando a las personas que sufren. En ese sentido, y como hacemos el resto del año, en esos días los grupos de Caritas de todas las parroquias abrirán sus puertas, las comunidades religiosas que cuidan a ancianos, discapacitados, enfermos o impedidos estarán con ellos, los educadores juveniles habrán ocupado parte de su tiempo veraniego en campamentos y colonias, los catequistas se formarán para un mejor curso parroquial, los cristianos que visitan a enfermos e impedidos no les relegarán al olvido, miles de misioneros quedarán con los más pobres del llamado Tercer Mundo, los centros de marginación y de atención a los enfermos de sida seguirán atendidos… Y así hasta el infinito. Y todo hecho con alegría, con amor y con firme convicción personal.

Así nos lo pedirá de nuevo el Papa Benedicto XVI en Madrid.

Os ruego a todos que os alegréis y festejéis la Jornada Mundial de la Juventud y que recéis por su feliz realización.