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Han sido necesarios años, de lamentos de consumidores deseosos de comprar en la tarde de un sábado, de turistas aburridos paseando por calles desiertas, de odiosas comparaciones con el bullicio de Ciutadella y de escapadas, algunas al otro extremo de la isla y muchas a Palma o a Barcelona, para volver cargados de bolsas y con la cartera vacía. Ahora la oferta comercial en el centro de Maó ha mejorado notablemente, los negocios locales -los que no han sucumbido al crudo invierno de la crisis económica-, se afanan por competir con las cadenas que, en forma de franquicias, han desembarcado en el mercado insular y, si bien falta todavía mucho por hacer, los precios se adaptan más a una amplia diversidad de bolsillos, por lo que un viaje, solo para gastar fuera, no se justifica. Por fin los comerciantes se suman, junto con los restauradores, a iniciativas como la de las noches de música, y toman conciencia de su protagonismo en dar vida y ambiente a una ciudad que languidecía. Cuantos más bares y tiendas abran más se animará la gente a salir, y mientras pasea, quizás a consumir. Ahora sólo falta que regresen la confianza y el empleo, para que este esfuerzo se vea recompensado.