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CARTA DES DE TEL AVIV (ISRAEL)

Javier García de Viedma

El Muro de los Lamentos o de las Lamentaciones es uno de los enclaves más emblemáticos de la ciudad antigua de Jerusalén y está entre los lugares santos del judaísmo. En hebreo se le conoce como el Muro Occidental, porque son los únicos vestigios del muro de contención que circundaba la explanada del templo, el edificio más sagrado del judaísmo.

El lugar es de un magnetismo especial y resulta muy llamativa la mezcla de espiritualidad y tensión que se respira en sus inmediaciones. Cualquier hecho que altere su situación provoca verdaderos seísmos políticos, que pueden originar revueltas, manifestaciones y hasta guerras.

Como se sabe, durante siglos los israelitas no dispusieron de un templo fijo, sino que trasladaban consigo el Arca de la Alianza, que instalaban en una tienda nómada, la tienda de la reunión, también conocida como el tabernáculo. Fue, por tanto, un templo móvil, hasta que Salomón erigió el primer templo en este mismo sitio, en el siglo X a.C. Sin embargo, fue destruido por los babilonios en el año 586 a.C.

A su regreso del exilio babilónico, los israelitas reconstruyen el templo gracias a la magnanimidad de Ciro el Grande de Persia, y así, 70 años más tarde, en 516 a.C. termina la construcción del Segundo Templo, en el mismo lugar donde se alzaba el primero. Alrededor del año 19 a.C., Herodes el Grande acometió obras mayores en el Templo, ampliando la explanada sobre la que se erigía, por medio de un muro de contención hasta darle el imponente aspecto que tenía en tiempos de Cristo quien, entre otras cosas, fue acusado ante el Sanedrín de querer destruirlo. En el año 70 de nuestra era, las graves revueltas judías provocaron que las legiones del emperador Vespasiano arrasaran Jerusalén, destruyendo el Segundo Templo. El general Tito, quiso dejar en pie solamente el muro occidental como recuerdo de que Roma había vencido a los judíos.

Hoy quedan en pie unos 455 metros del muro occidental, si bien sólo son visibles 57. Le precede una amplia explanada hasta llegar a ese tramo al que acuden millones de personas, judíos en su mayoría, pero también gentiles. Todos los visitantes tienen la obligación de cubrirse la cabeza. Cada uno reza a su manera. Hay quien parece llorar apoyado contra las piedras milenarias. Muchos cabecean repetidamente mientras repiten oraciones de la Torá. Hay una costumbre muy bonita que consiste en introducir papelitos doblados o enrollados en los resquicios de la piedra, con rezos, peticiones o agradecimientos.

Sin embargo, no todo el mundo va a rezar. El pasado 4 de agosto, a las 5 de la mañana, un chico ortodoxo de 22 años hizo como que rezaba, pero, en realidad, escrutaba papelitos con oraciones. Entre los miles de mensajes había uno que le llamó la atención por su color. La curiosidad le pudo y al desenrollarlo con disimulo comprobó, asombrado, que se trataba de un cheque de 100.000 dólares girado a favor del "Santo Muro Occidental". El muchacho volvió corriendo a casa y le mostró a su padre el "regalo" que había encontrado. Dado que el autor del cheque olvidó cruzarlo, cualquiera podría cobrarlo. El padre, un hombre recto y prudente, llamó a uno de los rabinos del Muro para contárselo. El rabino puso el grito en el cielo, avisó inmediatamente a la policía y condenó lo que consideró una profanación y un insulto al lugar sagrado.

El asunto está en manos de las autoridades, pero me parece que el muchacho tiene difícil cobrar el cheque, máxime cuando un amigo suyo (que también ha querido permanecer en el anonimato) ha declarado a la prensa que no era la primera vez que sacaba dinero a las piedras. Hace dos años ya se hizo con un pagaré de 600 dólares, de ahí que adquiriese la costumbre de asistir a muy temprana hora, a resguardo de curiosos.

Aunque para muchos sea el de los lamentos, hay quien se las arregla para que el muro sea fuente de consuelos.