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El último informe PISA no deja lugar a dudas en el "mundo de los demás" que diría Fared Zakaria, o "postnorteamericano" que podríamos decir nosotros, la educación, ese ADN de la competitividad de los países, está tomando la delantera al otrora poderoso Occidente.

Convencidos de que será lo que les permita crecer, aprovechando todas las oportunidades del nuevo escenario mundial, los países emergentes, con los Big Six a la cabeza (China, India, Rusia, Brasil, Corea del Sur y México) están comenzando a prestar mucha atención a sus sistemas educativos. Quizá por ello, alrededor del 45% de los estudiantes chinos obtienen títulos de posgrado en ciencias o ingenierías, cuando en Estados Unidos este porcentaje no llega al cinco por ciento. Como aperitivo para su convencimiento les diré que en estos momentos las cifras son las siguientes: 35 millones de universitarios en las economías en vías de desarrollo, frente a 14 millones en los países desarrollados.

Fíjense en India, un país casi sin recursos naturales, pero del que se estima procederá el 90 por ciento de los ingenieros en un par de décadas, porque han aprendido a explotar el intelecto de sus jóvenes mediante una política consistente en formar a parte de sus élites en Ciencias. Hace ya 60 años, concretamente en 1951, el por aquel entonces primer ministro Jawaharlal Nehru tomó la acertada decisión de crear los siete primeros institutos hindúes de tecnología (IIT) en la ciudad de Kharagpur. Desde entonces, miles de jóvenes de este país han competido por entrar y licenciarse en alguno de ellos o en alguno de los otros seis centros privados en dirección de empresas. Pero, además, han conseguido un sistema de educación tan bueno como exigente; presten atención al detalle, se ha llegado a decir que cuesta más entrar en un IIT que en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, el afamado MIT estadounidense, o la no menos prestigiosa Universidad de Harvard.

Puede que me lo hayan oído ya, pero hay una competencia global por el talento hasta ahora desconocida, a la vez que se está produciendo un crecimiento y globalización del talento en mercados emergentes, que incluso comienza a estar mejor formado, es mucho más barato y su actitud ante el trabajo es totalmente distinta. Los mimos indios, -por no decirles los chinos y que entre ambos países ya son casi el 40 por ciento de la población mundial- dicen que 80 horas de trabajo a la semana es un empleo a tiempo parcial.

Por ello, un buen número de países están utilizando sus universidades para conseguir los objetivos de atracción de los mejores. Francia se ha propuesto incrementar su proporción de estudiantes extranjeros y Alemania está intentado crear la liga Teutonic Ivy para internacionalizar sus estudios. Estos dos países están ofreciendo su formación en inglés. Mientras tanto, en España, por ejemplo, en el primer curso de las carreras, las universidades públicas no tienen como obligatoria si quiera la asignatura de inglés. En Singapur, cinco universidades públicas son extranjeras, gracias en parte a las fuertes ayudas económicas. Australia y Nueva Zelanda han creado una auténtica competencia entre universidades para preparar a los profesionales y hacerles permanecer allí, convirtiendo a su industria de la educación superior en una de sus principales fuentes de divisas. China, que temporalmente prescindió del examen de entrada durante la Revolución Cultural, esta focalizándose en los recursos de sus universidades de élites.

España tiene que actuar, y debe hacerlo ya porque los efectos de lo que se haga tardarán de 15 a 20 años en dar sus frutos. Si hemos logrado tener el mejor fútbol del Mundo (hemos ganado por primera vez el Mundial de Fútbol), el mejor tenis del mundo (fíjense en nuestro laureado Rafael Nadal) el mejor ciclismo, el mejor baloncesto, el mejor automovilismo…¿por qué no podemos conseguir que la educación y la formación en nuestro país estén a la misma altura?

Si aceptamos que el activo más importante para el éxito de un país es su capital humano, éste no puede seguir fraguándose en un sistema educativo obsoleto como el nuestro. Tanto en Primaria como en Secundaria, aparecemos en todas las comparaciones internacionales entre los peores países, muy por detrás de naciones que ni imaginamos. Además, es lamentable que en los diferentes rankings mundiales, entre las 100 primeras universidades del mundo no aparezca ninguna española; la primera que nos encontramos está en el puesto 179. Sin embargo, y paradójicamente, tres instituciones privadas de formación de posgrado y de ejecutivos, como el IESE, Esade y el Instituto de Empresa, sí que han sabido colocarse en las primeras posiciones de cualquier clasificación internacional desde hace ya más de una década. Pero son instituciones impulsadas por la iniciativa privada, que han hecho su camino bastante al margen del sistema educativo oficial.

Parece más que evidente que no puede concebirse ninguna estrategia de crecimiento de la productividad futura que no pase por incrementar substancialmente la calidad del sistema educativo y por abandonar la igualdad en la mediocridad.

En un mundo líquido y conectado en el que las tecnologías, acercan personas y lugares, y un contexto en el que cada estudiante podrá elegir dónde desea estudiar y trabajar independientemente de su lugar de nacimiento, España, que ofrece condiciones residenciales atractivas, debería comenzar a pensar en hacer algo creativo, ¿no les parece?

¿Por qué nuestro país que es un destino apetecible, -que presenta características ideales de clima, carácter abierto de sus gentes, ambiente alegre, alimentación, hábitos de vida, costumbres, paisaje, uno de los idiomas más hablados del mundo, etcétera; ciudades de tamaño medio que garantizan una buena calidad de vida y que ahora exhiben una gran oferta de viviendas más asequibles- no se convierte en una residencia global de estudiantes y talentos extranjeros?