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No sé si se habrán fijado ustedes, pero las situaciones estresantes, las incertidumbres enseñan. Son como trampolines que nos catapultan hacia la curiosidad casi involuntaria de nuevos conocimientos y más allá del conocido tópico de que el saber no ocupa lugar, afirmación absurda porque ocupar si que ocupa y mucho. Pongamos por caso la alfalfa. Para todos es una palabra conocida pero a la que siempre le hemos prestado poquísima atención. Sabemos que es alimento que se les da a las vacas y desde no hace mucho y con toda seguridad posterior a servir de pienso para rumiantes, unos señores con delantal blanco, afilados cuchillos, conocidos como chefs, nos colocaron junto a las tradicionales ensaladas de lechuga, tomate y rabanitos que preparaban nuestras madres, una serie de extraños y revueltos filamentos amarillo-verdosos bautizados como "brotes". Una vez superado el primer encuentro con nuestras papilas gustativas, aceptamos el detalle porque llevaba marca "michelín", porque era snob y porque la puñetera ensalada te costaba un ojo de la cara y claro, si era caro es que tenía que ser bueno. Ahora sabemos más. Sabemos que esa planta cuyo nombre científico comienza por "medicago" (el nombre se las trae, no me lo negarán), ha puesto en jaque mate a nuestras vaquerías que están pensando en cerrar debido al enorme incremento del precio y claro, de rebote, la leche y sus derivados podrían resentirse y luego todos nosotros. ¿Será que todo vuelve?, ¿será que se nos están colando por ese túnel del tiempo las plagas de Egipto, estaremos ante el resurgir de las vacas flacas o es que ni siquiera hemos salido de ella?. Si los faraones levantaran la cabeza pedirían ser momificados de nuevo y rodeados de alfalfa, seguro. ¡Clotellada a tanta ubre suelta!