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Cuando agosto languidece es más que conveniente darse algún masaje neuronal preventivo para afrontar con galanura una rentreé que se presume movidita, y nada mejor que un garbeo por el reciente ensayo de Bárbara Ehrenreich "Sonríe o muere" (Turner 2011) donde la periodista norteamericana estudia concienzudamente el llamado "pensamiento positivo" que, originado en movimientos religiosos norteamericanos, inunda hoy día programas de televisión, libros de autoayuda, consejos de administración de grandes corporaciones etcétera, y que puede causar estragos en mentes no apercibidas e inmersas en tiempos turbulentos.

Según esta especie de yes we can universal, no estaríamos hablando tanto de un estado anímico o mental como de un elemento ideológico, pues así es como los estadounidenses interpretan el mundo, y así es como creen que se ha de funcionar en él. Si te vas al paro o sufres un cáncer, es tu responsabilidad aprovechar la oportunidad que te da Dios para renacer y remontar la situación. El "pensamiento positivo" estaría ahí al quite, para decirle a cada uno que se merece más, y que puede conseguirlo si de verdad lo desea y está dispuesto a alcanzarlo con el esfuerzo.

Según la ensayista, la idea de que Dios quiere que tú consigas lo que pretendes, sea un coche de lujo, un chalet de ensueño, convertirte en un famoso de la tele, en un gran tiburón de las finanzas o en aguerrido conseller autonómico, es lo que vendría a estar detrás de la crisis que nos asuela, al haber infundido en la mente de los muy predispuestos partidarios de un mercado libérrimo la especie de que las intuiciones, corazonadas, carisma y misticismo son más fiables que un concienzudo estudio de riesgos. Así fue como los optimistas profesionales (¡menuda industria se ha montado con estos vendedores de humo "positivo"!) dominaron el mundo de las predicciones económicas haciendo creer al genéticamente jovial pueblo americano que la inversión en vivienda nunca, jamás, fallaría.

El progreso intelectual humano es el resultado de una larga lucha por ver las cosas como son y no como les parece a nuestras intuiciones y sentimientos, menos verificables y por tanto imposibles de universalizar. Y en los tiempos que corren ("con la que está cayendo", según el latiguillo de moda), necesitamos más que nunca gente que piense y analice con seny y no el simplismo reduccionista de gurús y morningsingers de toda laya que nos ofrecen peregrinas soluciones a nuestras cuitas. Ojo pues a lo que nos podría llevar el pensamiento positivo en nuestro ferragosto. A saber:

-Salir a cenar a las diez de una noche de agosto sin reserva de mesa.

-Creer que al ser el xaloc un viento más o menos del sur, puede ser perfecto para ir a una playa del norte.

-Convencerse de que las medusas a uno nunca le pican.

-Ir a comprar la prensa un domingo a las nueve de la mañana de un domingo, ilusionado por desayunar leyéndola a la orilla del mar, en vez de prepararse resignadamente a tomar una tapita a una hora más adecuada a la realidad insular.

-Interpretar un aparentemente amable "Em sap greu" como el preludio de una rápida solución del problema X.

-Ignorar que en nuestra modalidad lingüística, significa "quizá dentro de un mes".

-Pretender que el camarero tome nota de la cena en una terraza del puerto, a los escasos tres cuartos de hora de haberse sentado.

-Convencerse de que uno siempre encuentro aparcamiento.

-Llegar a pensar que el tal Pepe no es un karateca sino un jugador de fútbol viril.

- Idem que el Real Madrid es una víctima inocente de los árbitros y de rivales teatreros (el poder intoxicador de los gurús del pensamiento positivo como Mourinho se demuestra fehacientemente con el hecho de que incluso personas habitualmente sensatas como Casillas lleguen a creérselo).

-Pretender jugar al fútbol a los sesenta y pico con espíritu jovial porque uno está "en plena forma".

-Ir luego al quirófano con la sonrisa en los labios, firme el ademán.
Y así.