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Ponç Pons dijo, en cierta ocasión, que él nunca había tenido problema alguno con la lengua; algo totalmente normal en un hombre que ha hecho del respeto, norma de vida.

No he ido a clases ni de catalán ni de menorquín, de ahí que mi "menorquín/catalán" o "catalán/menorquín" sea el lenguaje coloquial que, en general, venimos utilizando en Menorca; por lo que mi vocabulario es limitado, obligándome a echar mano, en más de una ocasión, del diccionario "Castellà-Català i Català-Castellà" de S. Albertí; situación ésta que mis nietos no sufrirán por las condiciones actuales que se prodigan en las escuelas en que el catalán comparte, o debería compartir, protagonismo con el castellano.

Sin embargo desearía que ellos, Paula y Sergi, conocieran también las singularidades propias del menorquín, que si les digo "moix" supieran que se trata de un "gat", o que supieran lo que es un "ca", que en catalán es "gos" y no digamos de expresiones menos cotidianas como puede ser "caduf", el "cangilón" de las antiguas norias árabes; sin embargo no ignoro que al redactar cualquier artículo o informe deberán utilizar correctamente el catalán, olvidándose de nuestros modismos que defiendo y utilizo coloquialmente.

Lo que me aterra es que la lengua, cualquiera de ellas, sirva como arma arrojadiza que nos enfrente a los unos con los otros; de entrada sé que mi opinión no será compartida por todos, como también sé que la verdad no es patrimonio exclusivamente mío, sino consecuencia de nuestras verdades, las individuales de cada uno de nosotros.

Muchas veces me tachan de nostálgico, incluso de romántico por recordar la época en que los españoles aceptamos proyectar un país en paz, libertad y justicia; lo que me lleva a pensar que si no hubiéramos asumido algunos principios como los antes señalados, y partiendo del respeto, la Constitución no se hubiera llevado a cabo, porque fue consensuada partiendo de aportaciones y renuncias de los unos y de los otros; pero claro, la sensatez no siempre es tenida en cuenta, máximo en España en que falta tradición democrática y tradición cívica; aquí todavía impera, desgraciadamente, la descalificación, cuando no el insulto, la prepotencia y la agresión a las buenas maneras o a la sensibilidad ajena.

Defiendo la libertad de expresión pero sin que ésta descalifique o insulte a los oponentes de turno, sobre todo porque creo que la democracia debe crear hábitos de comportamiento, actitudes y mentalidades comprensivas, responsables, solidarias y respetuosas, pero claro, hay y habrá otras interpretaciones que lógicamente no comparto pero que respeto.

Quienes vivimos en una comunidad bilingüe deberíamos aferrarnos a dicha realidad porque es un privilegio tener a nuestro alcance dos lenguas, mi "obsesión" es que las generaciones futuras no se conformen por conocer solo dos, sino que amplíen sus conocimientos y aprendan otros idiomas para convertirse realmente en ciudadanos del Mundo.

Victoria Camps, en "Virtudes Públicas", al hablar de la tolerancia dice así: "La tolerancia es la virtud indiscutible de la democracia. El respeto a los demás, la igualdad de todas las creencias y opiniones, la convicción de que nadie tiene la verdad ni la razón absolutas, son el fundamento de esa apertura y generosidad que supone el ser tolerante. Sin la virtud de la tolerancia la democracia es un engaño, pues la intolerancia conduce directamente al totalitarismo".

Abogo una vez más por el respeto, sin más; el insulto y la prepotencia no van con mi forma de ser, lo primero porque quien lo utiliza se degrada a si mismo, se descalifica, lo segundo porque interpreto que es la máscara para ocultar su mediocridad, su falta de argumentos sólidos y realmente convincentes.

Diré finalmente que interpreto que la función de una lengua o idioma debe ser la de unir, hermanar, no la de enfrentar.