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Ocurre casi cada año, es estacional. Los agricultores franceses retienen nuestros camiones y arrojan nuestras frutas sobre el asfalto a pie de frontera y todos mirando como lo más natural del mundo. Hay que ver lo que son las costumbres, incluso las malas costumbres. Ya sabemos que nuestras frutas son más sabrosas que las suyas por aquello del punto justo de maduración debido al clima, etc, etc y que eso sea una ventaja ante los paladares galos, pero ni mucho menos que la fórmula para defender lo propio se traduzca cada año en una auténtica salvajada, práctica esta que siempre se ha dado, tanto en épocas de bonanza como ahora. Imagínense ustedes que sería del comercio en general a nivel importación-exportación si en las fronteras de cada país comunitario se actuase de la misma forma. Y mientras tanto nuestras quejas vuelven a enviarse a quien corresponde por esa vía llamada diplomática, excesivamente diplomática muchas veces, tan diplomática que dichos actos son repetitivos año tras año. A lo mejor es que no conviene apretar mucho las tuercas para que la acción antiterrorista, la excelente colaboración del país vecino, compense unas cuantas cajas de manzanas, melocotones y peras, la repera quiero decir. ¡Clotellada a tanta moviola!