La única fotografía que se conoce de Waldemar Fenn (a la izquierda, de paisano) en un homenaje que le hizo la marina alemana a Von Bunsen, el teniente de navío enterrado en el Cementerio Inglés. Foto reproducida por María Herrnbrodt-Fechhelm en "Kaiser Wilhem II. Auf Menorca" (Mahón, 2005)

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Tras escribir mi último artículo medio espiritista, se ve que me quedó algo en el tintero, porque he tenido un sueño recurrente. En él, aparecían los fantasmas del almirante Colling­wood jugando al ajedrez en la habitación número 7 de la casa del Fonduco con Waldemar Fenn, que vivió en ella y habitó entre nosotros.

Al fondo la escena se mostraba borrosa, pero se adivinaba allí otra presencia que observaba la partida. Seguramente se trataba del espectro de Patrick MacKellar que habría venido en vuelo rasante desde Son Granot.

El ajedrez, un juego que, como el de la Oca, se parece a la vida misma. La realidad cotidiana muestra como esa conciliación, concordia ¡el haya paz! que piden algunos, solo es posible si existe en el juego equilibrio de fuerzas. Entonces la partida terminará en tablas. Pero si te han comido la Reina, el Caballo y la Torre, solo te queda reconocer la derrota, tumbar al Rey con gesto teatral y marcharte con aire digno.

O coger el trabuco y echarte al monte, que también.

Ya lo decía un viejo adagio: "Si te excluyen de una habitación, no mires por la cerradura, hunde la puerta o márchate."

El relojero de Scapa Flow

Hubo un militar prusiano, que licenciado después de la Primera Guerra Mundial, decidió orientar su vida a la profesión de relojero y que mejor opción que irse a Suiza para aprender el oficio. Allí nuestro hombre, no solo se hizo un profesional de la relojería, sino que se nacionalizó suizo.

El personaje debía ser de natural inquieto –y también un poco rarito– porque con los años lo encontramos ejerciendo su oficio en la bahía de Scapa Flow, en las islas Orcadas al norte de Escocia, donde la Royal Navy tenía una importante base naval.

Nuestro relojero alquiló o compró una casa en las alturas de la bahía donde dominaba con la vista toda la zona. Entre reloj y reloj reparado, escribía y escribía y mandaba con asiduidad cartas al extranjero. Extranjero era, al fin.

La noche del 13 al 14 de octubre de 1939 el korvettenkapitän Gunter Prien, al mando del submarino alemán U-47 entró en la bahía sin impedimento burlando redes, minas y más defensas antisubmarino y hundió al crucero H.M.S. Royal Oak, orgullo de la Marina Británica, yéndose después de rositas.

Qué casualidad, hombre

Prien recibió la Cruz de Hierro por su hazaña, que por cierto en su caso no era de hierro, porque las que se concedían a la Kriegsmarine estaban fabricadas en un metal que no se oxidase con el salitre marino. Estos alemanes siempre tan completitos.

Pero volvamos a Menorca. Waldemar Fenn era un súbdito alemán establecido en nuestra isla en los años 20 del anterior siglo. Había sido discípulo de Alexander von Humbolt, ejercía de arqueólogo y escultor y participó en la Primera Guerra Mundial en la división Sieven Maligne donde ganó, como Prien, la Cruz de Hierro (esta vez de hierro-hierro).

Nuestro hombre se estableció en Mahón, como decíamos, fascinado por las taulas menorquinas, a las que dedicó el capítulo VI de su obra "Gráfica prehistórica de España y el origen de la cultura europea" (Mahón, 1950) en el que las vinculaba a teorías astrológicas. También sustituyó a Joan Taltavull como cónsul alemán, cargo que ejerció durante el III Reich y la Guerra Mundial Segunda.

Como dijimos antes, Fenn vivía en la casa del Fonduco, desde la cual se ofrece una hermosa vista del puerto de Mahón, tanto hacia la Colàrsega como hacia la bocana. En ella Waldemar esculpía y esculpía. Tanto esculpió que fue el autor de "es caparrot", el busto del almirante Augusto Miranda que se encuentra en la plaza que parece de su apellido, aunque Miranda en catalán es otra cosa.

Eso, la estatua "ecuestre" del almirante. Sí, ecuestre, al menos eso creía Carlos, un torero apodado "el Niño de las Monjas" que jamás pisó nuestra ciudad y que decía (decía él) que era nieto de aquel ministro de Marina que mandó construir la Base Naval de Mahón. A Carlos le conocí en el famoso y centenario café Comercial de Madrid y en cuya mesa me ofrecía "hospitalidad", como decía él, hasta que encontraba un sitio libre. A "don Carlos Miranda", como le llamaban aquellos camareros sub specie aeternitatis del Comercial, se le iluminaba la cornada que atravesaba su parietal derecho cuando hablaba de su abuelo.

Situémonos de nuevo en Menorca, en los años de la II Guerra Mundial, que continuaba su curso. ¡Menos mal que al almirante Dönitz no se le ocurrió enviar a la rada mahonesa un par de submarinos alemanes U-boot en 1944! (las cosas por entonces ya no estaban para florituras). Las muchachas en edad de merecer, a lo mejor hubieran tenido que asistir a un entierro colectivo, en vez de acudir al baile de la pista de patines del campo del Menorca, para echarse un novio italiano.

Hablando de otra cosa. ¿Vieron el domingo el noticiario de Antena-3? ¡Veinte minutos de un telediario de 30 hablando de las medidas tomadas en Nueva York (2ª capital del Imperio) ante la llegada inminente del huracán Irene, de lo cual muchos intuíamos que no iba a pasar casi nada! ¿Se imaginan el noticiario de la NBC hablando siquiera un minuto sobre las consecuencias del terremoto de Lorca?

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