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O lo que tenía que haberse dado y también este espacio. En mis ojeos a la prensa variada, he podido observar un factor común en los escritos de periodistas y colaboradores en general. Entre el 29 y 31 de todos los meses de agosto, el tema estrella son las despedidas vacacionales y no me explico el motivo porque el calor sigue ahí, las playas siguen invitando a zambullirse en sus aguas y los nuevos turistas de piel lechosa siguen reemplazando a los que se marchan al más puro estilo langostino. No sé si se habrán fijado ustedes pero el turista lagartija, es decir el que se tumba en la arena desde que se levanta hasta que la "hora feliz" lo reclama, no tiene interés alguno en regresar a su país con un morenazo de campanillas, que va. El objetivo es presentarse ante los suyos rojos a matar y con la piel a tiras y si hay ampollitas mucho mejor Eso es lo que da envidia al vecindario y lo demás son pamplinas. A lo que iba. Al escribidor se nos va la lágrima floja en lo que creemos una pena y en solidaridad con el que se marcha, con el que regresa a su tierra. Pero no siempre es así de cierto y justo. Hay miles de seres que regresan de sus vacaciones a sus lugares de invernada con la mejor de las sonrisas. Lo han pasado bien al principio, es cierto, pero muchos de ellos han tenido que vivir experiencias a casi 40 grados que ni Romel las hubiera resistido. Quítenle al "zorro del desierto" los panzcer y en su lugar colóquenle los suegros, la parienta, los niños, los sobrinos, las dos mesitas y seis sillas plegables, un par de sombrillas, dos cestas de mimbre oliendo a tortilla de patata, más tres botellas de vino y media sandía rezumándote por la entrepierna y láncelo dunas abajo en busca de un puñetero pino que seguramente estará plagado de procesionaria. Que no, que no es todo oro lo que reluce. ¡Clotellada a la procesión que va por dentro!