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Sufro mucho. Recibí hace pocas fechas una carta del banco en la que amablemente me informaban de que mantenía con ellos lo que en su jerga denominan con gran desparpajo "posiciones vencidas". Hasta el momento mismo del inquietante anuncio reconozco que pensaba (dada la ingenuidad que caracteriza mi recién estrenada juventud) que mi relación con el banco si bien no era equiparable a una luna de miel de libro, sí se podía considerar como cordial. Y ahora resulta que (¡coño!) estamos enfrentados en una guerra sin cuartel. Y la noticia mala es que además en esa guerra yo soy el bando que indiscutiblemente va palmando. Posiciones vencidas. Inmediatamente me acerqué a la oficina desde la que partía la amenaza. Solicité con aprensión el parte de guerra (ellos le llaman eufemísticamente extracto de movimientos) y comprobé con el corazón en un puño de dónde provenía el motivo de la declaración de hostilidades: Un saldo negativo de 65,74 €. Posición vencida. A partir de ese momento llueve la metralla. Comisión administración cuentas -1,50, comisión mantenimiento -12,00 €. Intereses servicio de apertura descubierto -1,87 €. Cuando comienzo a reaccionar ante tan desagradable sorpresa cae el misil: Comisión reclamación deuda -35.00 €. Ahora, después de este certero ataque artillero, mi deuda ha crecido en una sola jornada (lo juro, desde el 9-8-2011 hasta el 10-8 2011) casi un 100% hasta alcanzar los -116,11 €. Si mi abuelo se hubiera dedicado a la usura (que no es el caso, pobrecito), hubiera acabado en la cárcel en caso de aplicar estos tipos, pero al parecer hoy en día el Banco de España (que no tiene presidente sino gobernador; un cargo con connotaciones más castrenses, como corresponde al caso) ha legalizado estas prácticas correctivas que nos recuerdan a las patentes de corso de nuestro glorioso pasado.

Mis conocimientos acerca de estrategia y táctica militar son prácticamente nulos, pero a pesar de que se limitan a nebulosos recuerdos de las teóricas de la mili impartidas en hora de la siesta, en esta ocasión concreta evalué como mejor opción batirme en retirada del campo de batalla dada la superioridad del enemigo, tanto en tropa como en capacidad armamentística. Cerré pues la conflictiva cuenta y puse pies en polvorosa.

Este incidente tan descorazonador me hizo reflexionar sobre la necesidad de ahorrar para no caer en posiciones vencidas en el futuro. Examinando las posibilidades de ahorro, tuve que descartar de inmediato como diana el capítulo de vestuario. El año pasado limité mi inversión en renovación del fondo de armario a la adquisición de algunos complementos: unos cordones para unas botas de paseo (3 €) y unas chanclas para el verano (11 €). Considero prácticamente inútil intentar adelgazar más este capítulo de cara al siguiente ejercicio. Cavilando de dónde (pues) recortar gastos, se me ocurrió una solución completamente satisfactoria, pero para cuya aplicación necesito el concurso y la colaboración de la clase política: el sencillo plan tendría dos patas. Pata 1.- Cierre del Senado con carácter inmediato. Todos reconocen que el Senado no sirve para nada, desde el taxista al tertuliano pasando incluso por los propios senadores. Yo lo expresaría de la siguiente manera: si disponemos en uno de los platillos de una balanza las aportaciones positivas, valiosas, concretas que ha conseguido para nosotros el Senado, y en el otro platillo el ingente cúmulo de millones y millones de euros que hemos tenido que desembolsar los contribuyentes para su sostenimiento, la balanza se desequilibraría estrepitosamente hacia uno de los lados (sí, hacia ese lado). Pues bien, resulta que la solución actual a este desequilibrio consiste al parecer en lamentar una y otra vez que el Senado no esté dotado con los instrumentos que le harían útil. Mientras tanto, sigue corriendo el contador del gasto (y lleva lustros rodando). El planteamiento novedoso que sugiero sería el siguiente: desmontas el Senado ya. Luego con más calma (el contador se ha detenido) se buscan las soluciones, los instrumentos, los mecanismos y demás vainas para que se convierta en una cámara útil. Ahora bien, puede que transcurran también lustros hasta que se hallen las respuestas (dado el tiempo que llevan sin encontrarlas debe ser tarea altamente dificultosa), pero a nosotros (contribuyentes) ya no nos urgirá tanto (quizás nada), toda vez que no estaremos siendo paganinis del asunto. Y esta elemental maniobra enlaza con la pata dos de mi plan. Pata 2.- Con lo que se me podría rebajar del IRPF en concepto de que ya no tengo que sostener con mis impuestos al Senado, me alcanza para evitar entrar de nuevo en la zona "posiciones vencidas", que ya hemos comprobado que trae consecuencias ciertamente desagradables.
Así, gracias al uso del sentido común, los venideros partes de guerra con otras entidades que sin duda el futuro me dará ocasión de conocer podrán situarme ventajosamente en posiciones vencedoras.

PD.- Un saludo cordial al responsable de poner en su día el destino del ascensor (ADN) en manos del casino. Yo también he sido jugador ocasional de la ruleta, con el enternecedor detalle (que nos une) de que yo me jugaba mis dineros, y usted también se jugaba mis dineros. Dado el cariz que toman los acontecimientos tras la estampida, me temo que sea más cierta cada vez mi predicción de que costear el ADN no sea demasiado prioritario para la dirección del casino, pero a usted esto seguramente no le preocupe demasiado.