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¿Puede una gramática cambiar la historia y la tradición de un pueblo? ¿Debe de hacerlo? Más allá de las necesidades coyunturales que puedan imponer unas conveniencias políticas puntuales, creo que la sensatez y el respeto a esa historia aconsejan claramente que no. La personalidad de una comunidad se asienta en los hechos que han marcado su devenir a lo largo de los tiempos y que sirven para definirla y para que se la reconozca en el mundo. Es la historia la que construye y moldea la tradición de los pueblos. Ignorar el uso de ese devenir histórico es un ataque a la personalidad de ese pueblo. Es pretender modificar su ADN de forma forzosa.

Toda la polémica sobre el nombre de nuestra ciudad de Mahón-Mahó surgida a raíz de la impuesta adaptación del topónimo a una ley, que como todas las leyes humanas es circunstancial y depende de la exclusiva voluntad momentánea y puntual de quienes las redactan, es claramente una incomprensión de la tradición de nuestra ciudad. Cuando la imposición de esa ley se transforma en un ataque a nuestra historia debiera de ser nula de pleno derecho (o debería de modificarse) ya que se basa en querer suplantar nuestra historia por los dictados de una gramática, aún moderna, que ni tan solo es seguida, en muchos casos, en la tierra donde la redactaron.

Efectivamente, durante la polémica surgida hace ahora seis años, y todavía pendiente de resolución, se probó que en la misma Cataluña, referencia del origen que creó el problema, en muchos casos no se seguía esta gramática a pies puntillas. Desde pueblos (que se listaron) hasta apellidos de famosos políticos, todos preferían seguir su tradición antes que adaptarse a las reglas de Pompeu Fabra.

En Mahón-Mahó tenemos el claro ejemplo de quien fue el instigador o cooperador necesario para pertrechar el cambio del nombre oficial de la ciudad, el alcalde Arturo Bagur Mercadal, quien quiso para los otros lo que no quiso para él. Efectivamente, en el transcurso de aquella polémica se le sugirió que para dar ejemplo de adaptación a la nueva normativa fuese él mismo quien, para normalizarse, adaptase su propio nombre a la nueva norma. Así se le sugirió que se dirigiera al Registro Civil y se registrase como "Artur Begur" para "descastellanizarlo" y catalanizarlo de acuerdo a las mismas normas que él había impuesto a nuestra ciudad. Naturalmente no quiso hacerlo ya que ello desvirtuaría la tradición de su familia y porque nadie le reconocería bajo ese nuevo camuflaje nominal. Lo mismo ocurre con el nombre de nuestra ciudad. Y eso la daña. Mahón-Mahó son los nombres que deberían de regresar a nuestra historia para acabar ya los experimentos ajenos a nuestra tradición. Desde París, donde escribo estas líneas y donde la tradición y la historia están tan presentes, unos amigos franceses no tienen ninguna duda.

Nota: Felicitaciones al Ayuntamiento por las banderas de nuestra ciudad expuestas en estas fiestas. Muchos mahoneses se han emocionado con su presencia.