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Que en Estados Unidos estén en estado de alerta ante el miedo de un acto terrorista con motivo del décimo aniversario del atentado de las torres gemelas es un síntoma de la inseguridad que vive el mundo. Diez años después del 11-S se puede asegurar que muchas cosas han cambiado. Vivimos en un estado de permanente vigilancia ante el riesgo del terrorismo yihadista y eso afecta a los ciudadanos y a los estados, cuyo gasto en seguridad se ha disparado. Se ha comprobado que las guerras preventivas no son útiles, con Afganistán como ejemplo, a pesar del éxito de algunas operaciones, como el asesinato de Bin Laden. Se ha demostrado que la reacción contra el terrorismo provoca que el respeto a los derechos humanos sea una cuestión secundaria, como evidencia la continuidad de Guantánamo. Al Qaeda está más débil, pero se han extendido organizaciones yihadistas por numerosos países. En la última década, la resolución de los conflictos internacionales no ha avanzado, mientras Occidente se ha dedicado a protegerse de la amenaza del islamismo radical. Ahora se ha iniciado la década de la transformación o de la revolución de muchos de los países en los que se localiza este riesgo potencial. Habrá que buscar en ello una esperanza para un mundo más pacífico.