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La familia Tudurí de la Torre sobresalió en Mahón por varios conceptos, siendo especialmente renombrada por los constructores de navíos. Destacó durante varias generaciones, por su actividad como promotora del desarrollo de la ingeniería náutica. En sus talleres y gracias a su incorporación al Astillero del puerto de Mahón, se construyeron importantes naves que surcaron los mares y océanos del mundo.

Diversas y muy valiosas noticias sobre los miembros de esta familia de constructores navales recogió el erudito y bien documentado escritor sobre temas de marina, don Juan Llabrés Bernal, y recientemente Alfons Méndez Vidal publicó un interesante artículo sobre Jerónimo Tudurí de la Torre ("Menorca" 20 de febrero de 2011).

Mi intención ahora no es otra que la de destacar la figura de D. José Tudurí de la Torre en cuanto a su ingeniería naval, pero muy especialmente en lo que se refiere a su vida de cristiano ejemplar, la cual se puso de manifiesto tanto por su constante ejercicio de la devoción como por su entrega al servicio de los pobres y su amable convivencia con los trabajadores que participaban en las labores de construcción naval que tenía a su cargo.

Su nacimiento tuvo lugar el 14 de febrero de 1816, siendo hijo de Miguel Tudurí Portella y de María Ana de la Torre Taltavull. Fue bautizado el mismo día en que nació por el vicario de la parroquia de Santa María D. Gregorio Hernández y fueron sus padrinos Juan Morillo y Rosalía de la Torre. El padre de familia era conocida con el apodo de "En Gravat", que heredaron sus descendientes y que quizá ya provenía de sus mayores.

Pocas son las noticias que tenemos acerca de su infancia y juventud. Lo vemos incorporado a la empresa familiar de construcción naval que ya tenía su padre en 1815 y que después aparece como de los hermanos Tudurí. Jerónimo, nacido en 1808, parece que falleció en 1888, mientras que su hermano José murió algunos años antes en 1881.

Don José Tudurí de la Torre adquirió especial renombre por la construcción de importantes buques, como la corbeta "Céfiro" en 1856, la gran fragata "Olimpia" de 478 toneladas en 1858-59, la corbeta "Frasquita" para el comercio de Mallorca, y otros buques, además de muchas embarcaciones de aparejo latino. Pero quizá la obra que le dio mayor fama fue la falúa que el Ayuntamiento hizo construir para la reina Isabel II con ocasión de su visita a Menorca en 1860. La soberana quedó encantada de la obra que le fue ofrecida. En realidad el obsequio fue otra distinta, realizada todavía con más perfección y que fue transportada a la Corte en 1862, participando en la ofrenda su constructor don José con su oficial don Pedro Federico Roca, quienes cuidaron del embarque y después del transporte en tren hasta Madrid, tomando parte en el acto de la botadura de la falúa en el estanque del Retiro. En 1866, agradecida por tan excelente obra, la reina nombró a don José Caballero de la real orden de Isabel la Católica. Por su labor de constructor naval en 1877 el Ministro de Marina le dio el título y la categoría de "Maestro constructor de buques nacionales".

Cuando falleció don José en la madrugada del 6 de marzo de 1881 fue cuando la prensa local se hizo eco de las ejemplares costumbres del difunto, que ya eran conocidas por muchos mahoneses, pero de las que el interesado no hizo nunca ostentación por su característica modestia.

El diario mahonés "El Bien Público" además de mencionar los méritos del difunto como destacado constructor de naves hacía especial referencia su ejemplaridad como cristiano y después de mencionar las asociaciones católicas en las que colaboraba dice: «Las obras de caridad ejercían en su alma singular influencia, y no por pertenecer a la Asociación de Beneficencia Domiciliaria, se creyó dispensado de solicitar ser admitido en las Conferencias de San Vicente de Paúl en la que desempeñaba el cargo de tesorero; y agregado a otro señor socio se le veía todos los domingos visitar a sus pobres, entrar en sus albergues, sentarse en sus desvencijadas sillas y consolarlos en sus pesares […] Terminada tan santa obra y como pesaroso de ello, visitaba los enfermos del Hospital Civil y con amorosa solicitud, asociándose a los sufrimientos de aquellos, les dirigía palabras de consuelo y les alargaba la mano para depositar en la de los pacientes el óbolo de la caridad. Al salir del benéfico establecimiento se dirigía a la Ayuda-Parroquia de la Concepción y en ella asistía al Santo Sacrificio de la Misa que se celebra en aquella iglesia todos los días de precepto para la Congregación de San Luis Gonzaga, habiendo ya asistido a tan augusto sacrificio en la parroquia de San Francisco, donde recibía todos los domingos a Nuestro Señor Sacramentado».

En referencia a su labor profesional y a sus relaciones con trabajadores hallamos estas líneas muy significativas: «Nunca se notaba su falta a la hora de dar principio a las ocupaciones que le imponía su profesión, regresando al seno de su familia en compañía de los trabajadores, aleccionándolos con palabras de persuasión y con ejemplos que refería de la vida de los santos que leía en sus horas de descanso, y no perdiendo jamás ocasión de recriminar el vicio y condenar el error con la energía y firmeza que le eran propias».

El cronista describe así los últimos momentos, después de haber recibido los sacramentos: «Conociendo nuestro inolvidable amigo la proximidad de su fin, llevó a sus cárdenos labios el Crucifijo imprimiendo en él apasionado beso, santíguase dos veces como protesta muda y elocuente de su fe, y alzando los ojos al cielo, con mucha paz y quietud y con inefable sonrisa dio su alma a Dios Nuestro Señor». En la esquela mortuoria se hace mención, aunque sin nombres personales de su esposa, hermanos, sobrinos y demás parientes.

Aunque las expresiones de la crónica se resientan del estilo ampuloso propio de la época, a través de ellas podemos darnos cuenta de que don José Tudurí de la Torre fue un hombre de bien, un cristiano fiel y sincero, un hombre a quien la condición de seguidor de Cristo le impulsaba a guardar con gratitud el tesoro de la fe, y que procuraba hacer a los demás partícipes de lo que él más apreciaba.