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Sólo los más aficionados al deporte de la pelota grande tenemos aún grabados en la memoria episodios nacionales trágicos como el "angolazo", la remontada de China o las sucias derrotas con Italia. Sólo unos pocos recordamos el sufrimiento para ganar a los modestos y lo lejos que nos quedaban los yugoslavos o los soviéticos. Los ochenta y los noventa fueron épocas de sufrimiento, con alegrías contadas como la plata de Los Ángeles, en la que el oro fue para los Estados Unidos del irrepetible Jordan. España no tenía malos equipos, pero le faltaba ese plus de calidad que permitía ganar títulos, esa capacidad de resolver en los momentos delicados, ese saber campeonar. Ahora nos tienen mal acostumbrados. Un lustro de alegrías, con algunos borrones disculpables, ha sido suficiente para que toda aquella anterior trayectoria errática quedara borrada de un plumazo. El seguidor sólo acepta ahora llegar a lo más alto. Buen síntoma, pero que no nos debe llevar a ser injustos. La suficiencia demostrada por España en el desarrollo de los últimos campeonatos internacionales, con borrones comprensibles como el del triple de Teodosic, es algo excepcional para ser disfrutado y no para crear una exigencia desmesurada. Vendrán tiempos peores. Gasol y Navarro van a caducar. Suplirlos será complicado. Sergi Llull y compañía lo intentarán pero todo hace indicar que es algo irrepetible, un reto de los gordos.