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Tras un viernes de congoja, mirando de reojo al cielo por el temor a que me cayera del cielo un trozo de metal del tamaño de una pila, una lata de refresco, una lavadora o un autobús, resulta que ahora nadie me sabe decir el sitio exacto de impacto del satélite caducado. Vaya. Nos meten el miedo en el cuerpo y luego no precisan cuáles son las consecuencias reales del cataclismo. Ayer, José Ramón Bauzá declaró que no piensa en subir impuestos, pero sí en continuar con los recortes, porque no quiere que los ciudadanos soporten las carísimas disfunciones que los políticos han creado en la cosa pública. Como si los recortes no los acabara pagando el ciudadano. Y es que lo de la crisis es igual que lo del satélite, nos meten el miedo en el cuerpo con lo peor que nos puede pasar (que nos caiga un autobús en la cabeza, que nos quedemos sin urgencias, que implanten el copago o que se derrumbe el euro) para tenernos pendientes de por dónde nos va a caer la cosa, en guardia, temerosos, para luego no llegar a saber con exactitud qué ha llegado a pasar. EL FMI o la UE aprueban fondos para los bancos, ayudas para países, planes inteligibles para los no titulados, que justifican con el miedo a que nos caiga el artefacto económico en la cabeza, y luego no sabemos quién se queda esos millones de euros, dónde han ido a impactar tantas ayudas y fondos de coste altísimo. Como el satélite.