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No por muchas veces repetido deja de asombrar que en un pequeño rincón aislado del Mediterráneo se haya desarrollado un modelo de educación en edades tempranas, menos de tres años, que sirve de modelo para países enteros del resto del mundo. Especialistas extranjeros se toman la molestia de catar nuestro precario sistema de enlaces aéreos para poder ver in situ una red de "escoletes" que los padres menorquines asumimos como algo normal, propio, natural, convencional, habitual. Incluso llegamos a criticar aquellos aspectos que no encajan con nuestras pretensiones, casi siempre planteadas desde el estresado mundo adulto y no desde la frágil óptica del pitufín que dejamos llorando ante una persona que le es desconocida. Va bien recordar estas cosas cuando la coyuntura económica nos está llevando a un cambio de concepto de la cosa pública, cuando lo deficitario está en el punto de mira del recorte a corto plazo. Las "escoletes" de la Isla crecieron por el impulso de un grupo de profesionales animosos y sensibles con los bichitos de las casas de los demás, pero tal vez nunca se hubieran convertido en lo que son si por el camino hubieran tropezado en una época de primas de riesgo y mercados depredadores, si hubieran sido evaluados con la calculadora en la mano como se está haciendo ahora con otras cuestiones que no lo merecen. Que no se confíen, porque la podadora parece no tener límites.