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A algunos políticos se les llena la boca con la palabra "pueblo" en un rasgo de falsa demofilia tras el que se esconden intereses espurios e inconfesables. Incluso ciertos partidos se denominan "populares" cuando mejor habría que decir populistas, que no es lo mismo. Pero: ¿qué es el pueblo? ¿cómo distinguirlo de esa masa desagradable que vemos actuar hoy, un día sí y otro también, incendiando edificios, saqueando tiendas, rompiendo cosas o tirándose a la piscina borrachos desde un tercer piso? Todo ello sin más motivación que el saqueo o la estupidez y sin más reivindicación que la violencia por la violencia.

Y, desde el punto de vista "geográfico", ¿Hasta dónde llega, en la pirámide social de esta sociedad de clases, el concepto "pueblo"? ¿Cuántos metros de eslora debe tener un yate para dejar de serlo por arriba o cuántas barbaridades y de qué calibre debemos cometer para pasar a engrosar las filas de la chusma? ¿Son pueblo las clases medias, los funcionarios, y los rentistas? ¿o lo son sólo los trabajadores por cuenta ajena?
¡Cuán (difícil) me lo fiáis, amigo Sancho!

Podríamos decir que pueblo sería también, para algunos, los que votan frente a los votados, en esta democracia (burguesa). Pueblo soberano (¿) al que se le supone un sentido común, palabra muy frecuente hoy en los medios, aunque algunos opinadores consideren que: "el sentido común, frente a la razón, es el menos común de los sentidos", lo cual como broma no está mal, pero tampoco conviene olvidar que aquél es un arma muy útil para desenmascarar las trampas de la razón, esas en forma de sofisma, que manejan algunos demagogos con artera habilidad.

Además, aunque parezca lo contrario, la razón no es la panacea para afrontar la realidad, fundamentalmente desde que Werner Heisenberg formuló su Principio de Incertidumbre y sobre todo desde que sabemos que los neutrinos andan como locos. La razón es, en todo caso, aproximativa, estadística. Basta que alguien falsee la premisa mayor en un silogismo para que se convierta en sofisma y le salgan las cuentas. Al que lo formula, claro.

Vuelta a la pregunta: ¿qué es el pueblo? Empezaremos por decir lo que no es. No es un concepto sincrónico (atemporal), el pueblo se hace, brota diacrónicamente (en el tiempo) sin distinción de clases tras un acto solidario colectivo y desaparece de nuevo cuando sus efectos se disipan. Precisamente en su contenido espacio-temporal el concepto pueblo es utilizado por historiadores o literatos como un valor referencial de orden ético, para juzgar directa o indirectamente rumbos o episodios históricos, este valor puede ser positivo o negativo. En el segundo caso el pueblo se convierte en populacho.

Galdós y el pueblo

En los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós encontramos muchas veces esta visión referencial del pueblo, positiva o negativamente contemplado, sobre todo en el episodio III de la serie primera, "El 19 de Marzo y el Dos de Mayo", que narra los acontecimientos, primero del motín de Aranjuez, cuando el golpe de Estado del príncipe Fernando (el futuro Fernando VII) contra su padre y el favorito Godoy (favorito sobre todo de la reina), y después los del 2 de mayo de 1808 en Madrid, cuando la revuelta popular contra los franceses.

¿Por qué la elección galdosiana de estos dos acontecimientos históricos unidos en un mismo episodio? La intención es clara: establecer un parangón entre el heroico pueblo español que se batió contra Napoleón el Dos de Mayo y el populacho que asaltó el Real Sitio de Aranjuez, rompiendo carísimos muebles quemando valiosísimas obras de arte y entregándose al pillaje más abyecto, manipulado –y pagado- por "el tío Pedro" que no era otro que el conde de Montijo, que junto al duque de San Carlos y el canónigo Escoiquiz, eran enemigos a muerte del "querido Manuel", como llamaban a Godoy los Reyes Padres.
Galdós describe el asalto al palacio así:

"La turba siempre es valiente en presencia de estos ídolos indefensos para quienes ha sonado la hora de la caída (...) sintiendo el auxilio de la ingratitud, la turba se envalentona, se cree omnipotente e inspirada por un astro divino y después se atribuye orgullosamente la victoria, la verdad es que todas las caídas repentinas tienen, así como las elevaciones de la misma clase, un manubrio interior manejado por manos más expertas que las del vulgo".

O sea: el tío Pedro.

Por el contrario, en su tratamiento del Dos de Mayo en Madrid aparece un pueblo heroico, sin distinción de clase, salvo los traidores al uso, como el Capitán General de Castilla la Vieja (de casada, Castilla-la Mancha), que se puso de parte de las autoridades francesas y mantuvo a las tropas acuarteladas sin intervenir, hecho que luego le costaría la cabeza. Tropas sin intervenir salvo, por supuesto, los héroes militares de aquel día luctuoso: Daoiz, Velarde y Ruiz, oficiales que desobedeciendo al mando, defendieron hasta la muerte el parque de Monteleón.

El tratamiento que da Galdós al pueblo aquí es diferente:
"Aquellos infelices madrileños habían sostenido una lucha terrible con los soldados que encontraron al paso no habían medido el alcance de su calaverada (sic. por acción insensata) ni aunque los midieran habrían retrocedido en aquel movimiento impremeditado y sublime que les impulsó a rechazar fuerzas tan superiores (...)"
Galdós hablaba así en el siglo XIX y desde su demofilia liberal y burguesa. Ahora estamos en el XXI con una sociedad mucho más compleja que aquella, donde además lo liberal no tiene buena prensa, (salvo para el Tea Party y sus corifeos), más bien lo contrario, y se la ha ganado a pulso. Por tanto: ¿Con qué nos quedamos de aquello, si ya no hay franceses que expulsar y los americanos se nos han colado, cual dagas florentinas, por el sobaco de la armadura, generando legiones y legiones de fofos comedores de hamburguesas? ¿Dónde está ahora el pueblo? ¿Quién es? Lo más visible –y audible- ahora es el populacho –esa facción abyecta del pueblo- que se "divierte" destrozando cosas ("mobiliario urbano", lo llaman ahora) y vociferando en lo que parece más la berrea de Cabañeros que la voz de seres "humanos y humanas".

En todo caso y para terminar, pensamos que el pueblo no nace sino que se hace, que surge de las conciencias más sensibles; las que todavía no han perecido en esta época alienante, en las que brota un sentimiento de solidaridad ante un suceso de grandes proporciones. La pena es que este acontecimiento siempre tenga que ser trágico.

¿Tendrán que invadirnos de nuevo los franceses para que la gente reaccione? Como de costumbre y siguiendo una vez más a Asklepios de Megara, debemos afirmar que tras la pregunta sin respuesta posible, lo único que se mantiene es la primera.
Sin embargo aún queda alguna esperanza. Cuando los acontecimientos del 11-M todos fuimos pueblo.
Bueno, todos no.
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