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La clara voz de los niños de San Ildefonso cantando la lotería del 22 de diciembre se mezclaba, el invierno pasado, con los titulares de prensa que contaban que un exconcejal se había suicidado en la pequeña localidad pacense de Arroyo de San Serván, tras abusar de una niña de 14 años procedente de una familia acomodada de Madrid que se había enamorado y huido con un rumano de 22, que la vendía por 30 euros a los vecinos del pueblo. El agente que la liberó la encontró en muy malas condiciones físicas, muy débil, muy delgada y, además, muy asustada. No era para menos.

Cierro los ojos ante la imagen de una niña desnuda, avergonzada, mirando al suelo, rodeada de curiosos codiciosos de su cuerpo y sin poder hacer nada: la mano frágil, ligeramente apoyada en una alfombra basta que contrasta con la suavidad de su piel; su cuerpo en ciernes, frágil, humilde; su larga melena oscura y su rostro ruborizado, lleno de susto, de vergüenza y de resignación ante su cruda realidad; porque se la ve rendida, sabiendo que no tiene posibilidades de luchar. Así la retrató en 1897 el sevillano José Jiménez Aranda (1837-1903) en un impresionante óleo sobre lienzo de 100 x 81,5 cm. que, procedente del Museo del Prado, fue cedido a la Junta de Andalucía para su exhibición en el Museo de Málaga: "Una esclava en venta" es, probablemente, uno de los desnudos más sensuales de la pintura española del XIX, que muestra el primer plano -muy novedoso entonces- de una joven esclava sentada dispuesta para su venta, rodeada por las sandalias de sus posibles compradores, con un cartel colgando de su cuello que anuncia en griego la leyenda:

(Rosa de 18 años,
en venta por 800 monedas)

La calidad del tratamiento de la anatomía, el contraste entre el vivo colorido de la alfombra y la pálida piel de la chica y la gran dignidad de ésta son las características que sobresalen en esta obra de tintes orientales, tan del gusto de la época, que refleja la intimidad femenina al desnudo, el pudor y la vergüenza de una joven observada sin recato por un grupo anónimo de hombres interesados en ella, para vigilarla o para comprarla. Patético entonces y patético ahora, 113 años después, donde la obra de Jiménez Aranda se vuelve trágicamente contemporánea al simbolizar la esclavitud, el tráfico de personas, la prostitución y trata de las más débiles, situaciones todas ellas vergonzosas, inmorales y alarmantes por su número, que constituyen una violación flagrante de los derechos humanos, un escaparate de sumisión, abuso, opresión y explotación contra el que la sociedad civil, y no solo los gobiernos tiene que reaccionar con contundencia, con toda la contundencia de la ley, pero también y de forma imprescindible con una educación adecuada -el camino es largo, de ahí su urgencia- que potencie los valores y el respeto a la dignidad de uno mismo y de los demás.

Situaciones como la retratada por Jiménez Aranda o por el francés Jean-Léon Gérôme (1824-1904) en sus obras "Mercado de esclavos", "Friné ante el areópago" o "Venta de esclavas", donde el comprador mete sus dedos en la boca de una esclava desnuda para comprobar la calidad de sus dientes, mientras que su guardián, armado con un palo, sostiene la túnica con la que la cubrirá tras el examen, no pueden ser toleradas nada más que como reminiscencia histórica para su contemplación en un museo.