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El pasado 23 de septiembre el Santo Padre se hacía presente en un valle del Este de Alemania en donde es venerada desde antiguo la Virgen María. Se trata de un lugar muy significativo para los católicos que, desde el tiempo en que se fue imponiendo en aquellas tierras el luteranismo, imploraban por intercesión de la Virgen los dones de fidelidad y firmeza en la fe. Y posteriormente hicieron lo mismo al encontrarse bajo la tiranía del nazismo y del comunismo soviético, dictaduras que el Papa calificaba de «lluvia ácida» caída sobre este país.

La historia de este santuario es sencilla pero reveladora de la vida de los católicos de esa región a lo largo de siglos. Como escribía un antiguo cronista, Charles Garside, refiriéndose a diversos territorios de Alemania en los tiempos de implantación de la llamada Reforma protestante: «Quitaban las estatuas de sus nichos o de sus pedestales y las sacaban fuera. Los albañiles destrozaban las que eran de piedra o de escayola, y las de madera se quemaban…». Pero llegarían tiempos de más tolerancia, especialmente al finalizar la guerra llamada de los treinta años, y finalmente surgirían los primeros brotes del pensamiento que está en la base del ecumenismo.

En cuanto a la historia del santuario de Etzelsbach, parece que en el siglo XV había ya allí un lugar de culto y devoción a la Virgen, pero que desapareció sin que sepamos exactamente por que motivos. Se afirma que posteriormente un campesino que estaba arando halló bajo la tierra los restos de un antiguo altar. En un documento de 1697 se afirma que las peregrinaciones revivieron después de la guerra de los treinta años. En 1801 se halló una inscripción sobre lo que había sido el dintel de un portal donde estaba grabada la fecha de 1602. Finalmente en los últimos años del siglo XIX (1897-18989) se construyó la hermosa iglesia actual, con tres espléndidas cabeceras al estilo de las antiguas catedrales.

Benedicto XVI manifestaba su gozo de poder visitar este santuario tan característico del catolicismo alemán, del que tenía amplias referencias, pero donde nunca había puesto los pies. Rememora, ante las noventa mil personas asistentes, los versos de un himno que cantan los peregrinos que visitan el santuario, en los que se dice: «Aquí en el querido valle tranquilo y bajo los viejos tilos», es donde María nos da seguridad y nuevas fuerzas.

Y dice el Papa: «Me siento muy feliz de que se haya cumplido mi deseo de visitar Eichsfeld y de dar gracias con vosotros a la Virgen María en Etzelsbach».

El Santo Padre hace una bella descripción de la imagen de la Virgen de la Piedad, o sea, la que tiene sobre su regazo el cuerpo de Jesús muerto para nuestra salvación. Es un texto, lleno de profundidad espiritual, que merecer ser saboreado y que se le haga objeto de una cordial reflexión. Dice así: «Contemplemos su imagen. Una mujer de mediana edad con los párpados hinchados de tanto llorar, y al mismo tiempo una mirada absorta, fija en la lejanía, como si estuviese meditando en su corazón sobre todo lo que había sucedido.

Sobre su regazo reposa el cuerpo exánime del Hijo; Ella lo aprieta delicadamente y con amor, como un don precioso. Sobre el cuerpo desnudo del Hijo vemos los signos de la crucifixión. El brazo izquierdo del crucificado cae verticalmente hacia abajo. Quizás esta escultura de la Piedad, como a menudo era costumbre, estaba originalmente colocada sobre un altar. Así, el crucificado remite con su brazo extendido a lo que sucede sobre el altar, donde el santo sacrificio que llevó a cabo se actualiza en la Eucaristía».

Después el Papa, a partir de esta misma escultura, reflexiona sobre la íntima vinculación entre el corazón de Cristo y el de María: «Una particularidad de la imagen milagrosa de Etzelsbach es la posición del crucificado. En la mayor parte de las representaciones de la Piedad, el cuerpo sin vida de Jesús yace con la cabeza vuelta hacia la izquierda. De esta forma, el que lo contempla puede ver su herida del costado. Aquí en Etzelsbach, en cambio, la herida del costado está escondida, ya que el cadáver está orientado hacia el otro lado. Creo que dicha representación encierra un profundo significado, que se revela solamente en una atenta contemplación: en la imagen milagrosa de Etzelsbach, los corazones de Jesús y de su Madre se dirigen uno al otro; los corazones se acercan. Se intercambian recíprocamente su amor. Sabemos que el corazón es también el órgano de la sensibilidad más profunda para el otro, así como de la íntima compasión. En el corazón de María encuentra cabida el amor que su divino Hijo quiere ofrecer al mundo».

Un cartujo alemán de Colonia, Juan Gerecht Landsberg (+1539), conocido también como Lanspergio, hombre lleno de sabiduría y de intensa espiritualidad, refiriéndose al corazón de María, se expresaba así: «La espada de dolor ha traspasado el corazón de María, a causa ya sea de su Primogénito, ya de tos sus hijos adoptivos, y por tanto de los futuros mártires».