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Ahora que se ha puesto de moda, inoportunamente a mi juicio, la llamada memoria histórica, recuerdo las palabra de Juan Alcalde, un pintor madrileño de 92 años en toda su plenitud: "En este momento de mi vida estoy muy interesado por la guerra; ahora que se habla tanto de la memoria histórica, quiero sobreelevarme sobre esas miserias que se cuentan. La guerra fue un episodio fatídico para todos, y nos dejó un trauma muy importante a la generación que nos tocó vivirla. Había buenos y malos en ambos bandos, y pretender desconocerlo creo que es una barbaridad".

El estudio de Alcalde está en el séptimo piso de una casa antigua junto a la glorieta de Bilbao: una estancia atiborrada de cuadros en todas sus habitaciones, que son muchas pero parecen pocas porque están unidas de forma y manera que resultan un conjunto único. Desde la terraza se divisa un Madrid de tejados y torres: a la derecha, la glorieta de Bilbao con un tráfico incesante; a la izquierda, Alberto Aguilera y al fondo la Ciudad Universitaria; más a la izquierda los tejados del Palacio de Liria y, al fondo, los emblemáticos edificios de la Plaza de España. "Me dicen que pinte todo esto, y yo digo que para qué si está aquí". Alcalde pinta superponiendo capas, y parece que no está nunca contento con la anterior, por lo que va dejando capas enterradas en nuevas capas de pintura, que palpitan desde el interior y dan a la obra unos matices inconfundibles, hasta que la misma sale a su gusto: "Pero las capas de antes se notan; se ven en el cuadro, le dan una fuerza inmensa. Siempre estoy aprendiendo; hubo una época, cuando tenía dieciséis o dieciocho años, que creí que tenía todo aprendido, pero pasó enseguida. Desde entonces mi vida es un continuo aprender, no estoy contento con nada, ni con la pintura que hago cada día. Me gusta lo que hago, pero tengo una sensación interior de querer hacer más, de querer aprender más, de querer llegar a algo que no termino de encontrar; tengo ochenta y ocho años y pienso que el día que deje de tener esta sensación me habré muerto. Y eso que hay muchas veces que pienso como si estuviera muerto, para ganar distancia a las cosas, para quitar importancia a aquellos problemas que cuando estamos cercanos agobian, y que cuando lo piensas desde el más allá en el que yo pretendo situarme, carecen de importancia".

Su gran preocupación temática en este momento es la guerra: Alcalde estuvo en la guerra en el lado republicano; en 1939 pasó a Francia, siendo recluido en el campo de concentración de Barcares; tras la entrada de los alemanes en París, consiguió huir a Montauban, donde murió Manuel Azaña, de quien Juan Alcalde hizo un dibujo en su lecho de muerte. Con pasaporte mejicano se trasladó a Marsella, con la intención de marchar a América, juntamente con sus amigos Marc y Hordá; ante la imposibilidad de embarcarse en Marsella, entró clandestinamente en España siendo detenido, pasando tres meses en la Cárcel Modelo, de donde salió para cumplir el servicio militar. Al licenciarse, siguió en España su difícil vida de pintor, teniendo que pintar carteleras cinematográficas. Sólo en 1948 consiguió exponer en el Centro Mercantil de Zaragoza, y en 1949, en Valencia.

Si no hubiera sido pintor, Alcalde hubiera sido escritor, porque escribe maravillosamente: "Cuando me propusieron hacer un libro de obra gráfica, me entusiasmé; me apetecía hacer algo que he hecho poco, que es participar como autor en la edición de un libro de obra gráfica propia, en el que incorporar mi obra nueva, no la antigua, que todavía tengo y bastante; por ejemplo, esos cuadros que tengo allí arriba, al lado de la ventana –hay unos diez o doce cuadros pequeños– son el resto de una serie de cien que expuse en Biosca; se vendieron todos, menos éstos, y para mí hay alguno muy bueno, y desde entonces no me he desprendido de ninguno, y eso que hace ya muchos años de aquella exposición". Años en los que he hecho de todo, y entre los que recuerda con añoranza su trabajo en la República Dominicana: "Toda mi carrera artística que he llevado y trabajado por Venezuela y la República Dominicana, se condensó luego en París, donde viví casi treinta años; ahora estoy en Madrid pintando mis sentimientos hasta que no me aplaste el cielo. En un momento determinado Trujillo, Presidente de la República Dominicana, contrató a José Vela Zanetti como pintor oficial para hacer una importantísima cantidad de murales en Santo Domingo; el director del proyecto fui yo, que contraté a más de veinte pintores, que eran necesarios para aquello. Yo llevaba mis proyectos en unos cartones, y creo que eran muy buenos; pero aparecieron unos americanos en un Mercedes deslumbrante, que llevaron a Trujillo unas pinturas en aerógrafo, que eran excelentes, y me dije: me he quedado sin encargo. Yo quería hacer el trabajo, porque me ilusionaba, a pesar de que lo que presentaban los americanos era muy bueno, y me preguntaba cómo decirle a Trujillo que apostara por mí. Trujillo me llamó, me preguntó por el trabajo de los americanos y le dije mi opinión: es muy bueno, yo diría que magnífico, pero... un poco afeminado. No tuve que decir más, Trujillo, exaltado, se enfadó tanto con aquellos americanos que inmediatamente desterró su proyecto y aprobó el mío. Y así empezamos a trabajar. Yo necesitaba dinero para trabajar, y no nos pagaban, y continuamente insistía en ello. Hasta que un día nos dieron un montón de miles de dólares, no me acuerdo cuánto, pero yo no había visto tantos dólares juntos en mi vida. Fue una alegría tal, que cogí los dólares cuando estaba ya solo y los tiré al aire, y los dólares aquellos revoloteaban a mi alrededor. Incluso me hice una foto con mis colaboradores, porque les dije: vamos a hacernos una foto hoy, porque la cara de felicidad que tenemos en este momento no la volveremos a tener en mucho tiempo".

Figura representativa del arte español en París, la obra de Alcalde es una obra lírica, íntima, profunda y blanca, que refleja tan bien su personalidad y sus gustos. Es una obra muy personal, ajena a influencias de grandes maestros, sometida únicamente a los latidos del corazón de su autor: "Doy muchas vueltas a la tauromaquia; siempre he pintado toros y toreros, pero ahora me apetece muchísimo hacerlo; también en el circo: el otro día estuve en el Circo del Sol, que es un circo de pobres, con mis nietos, e hice un experimento que os parecerá absurdo, pero que me encantó: quería transmitir el movimiento, la movilidad de los artistas y de los animales que iban saliendo a la pista, y en un cuaderno fui pintando lo que me parecía, o bien con la mano izquierda o bien con la derecha pero con los ojos cerrados: la fuerza del cerebro es increíble, y me iba transmitiendo a través de mi cuerpo hasta la mano lo que yo tenía que ir pintando". En el cuaderno, malabaristas sobre cuerda, casi a punto de caerse. "Son como unos garabatos en movimiento, pero se ve al malabarista, la cuerda y sobre todo, el vacío, la sensación de peligro". En el cuaderno también unos animales, los elefantes con sus trompas, los tigres con sus garras. Todo ello pintado con los ojos cerrados, con lo que supone. "Son dibujos que no valen nada; son un testimonio de lo que pasó en ese momento, de lo que me apetecía, pero me resultan maravillosos. Era lo que vi y lo que me importaba era transmitir la sensación de movimiento, la sensación de peligro, la sensación de que el domador estaba al borde del accidente, incluso al borde de la muerte frente a las garras del tigre o frente a las garras del león. Me encanta el circo, y me encantó esa sesión con mis nietos, que me miraban sin entender mucho lo que hacía".

Luego coge otro cuaderno de dibujos, dibujos llenos de tensión que expresan el movimiento de la calle; "siempre que salgo y me doy un paseo me lo llevo, y voy tomando apuntes; me gusta ver la calle, sus emociones, su movimiento: si veis este dibujo transmite lo que es el movimiento de la calle, los niños corriendo, la gente cruzando, los coches. Me descansa y me divierte; es como mi cuaderno de viaje, que me inspira luego muchas de las creaciones que hago en el estudio".
Alcalde trabaja con una paleta de amplia gama de colores al óleo, sobre un pequeño taburete redondo y giratorio de madera, frente a un caballete al que le entra la luz directamente desde la ventana que da a la calle Carranza. Montones de pinceles, muchos usados y otros nuevos; montones de ilusión. Junto al caballete, en una vitrina, objetos de cerámica y recuerdos: "son parte de mi vida, llevan aquí toda la vida". En una esquina, un equipo de música: "siempre trabajo con música, procuro que sea muy buena: me acompaña, me divierte. También tengo una televisión muy moderna, para estar al día de lo que pasa en el mundo, porque en este estudio paso muchas, muchísimas horas. No me importa trabajar, pero me gusta trabajar en el estudio, no me gusta salir de él". Y por todos los sitios, cuadros y cuadros, de antes y de ahora: "no tengo una época mejor que otra: cada época ha sido una parte muy importante de mi vida. Cuando hago un cuadro, me vuelco en él, pongo en el cuadro toda mi tensión, toda mi ilusión, todo mi arte. Pero cuando lo hago, y a medida que pasa el tiempo, el cuadro va haciéndose algo ajeno a mí, hasta el punto que algunas a veces me encontrado con un cuadro que había pintado hace muchos años, y lo miro como si fuera de otro, como si no fuera mío. Por eso me ilusiona tanto la nueva obra, la obra que está por hacer, la que estoy haciendo en este momento": y saca, con la pintura aún fresca, un desnudo resuelto con grises y blancos figurativos pero de una gran soltura, con el cuerpo cortado y sin solución de continuidad: "me encanta este desnudo", dice entusiasmado.

La pintura de Juan Alcalde es una pintura sugerente, emotiva, fruto de un trabajo ímprobo a pesar de la sencillez que aparenta; refleja una vida propia, una atmósfera peculiar e íntima, llena de matices que van saliendo de una pintura hecha a base de capas y capas superpuestas, en las que quedan la materia, la pincelada y la ilusión del pintor, la pintura desnuda, sugerente, llena de luz y de sentimientos, espléndida de blancos y de sutil color, sobria y serena de composición y esquemáticamente lineal. Porque Juan Alcalde es un pintor lleno de ilusión, un pintor con ganas de aprender y de experimentar, de hacer cosas nuevas respetando siempre su estilo y su mundo personal: quizás eso explique que cada una de sus épocas forme parte esencial de su vida, sin dar más importancia a unas sobre otras; que en cada cuadro vuelque toda su tensión, todo su arte, hasta acabarlo, momento en que el cuadro empieza a alejarse del pintor, a vivir su propia existencia ajena al artista; y que le ilusione tanto la nueva obra, la obra que está por hacer, la que está trabajando en este momento: "El arte puro anda muy escondido; cuando trabajas sin emoción haces cuadros muertos".

Desde 1983 reside en Madrid, y su pintura refleja las experiencias sufridas, con un estilo propio que se ha ido consolidando a lo largo del tiempo. Ha representado a España, París, Caracas, Madrid, Barcelona, Valencia y Londres, en diferentes muestras, y sus cuadros desvelan paisajes de dos ciudades símbolo de la cultura moderna: París y Nueva York, y también ahora Madrid. Y recoge con toques expresionistas personajes que reflejan su pensamiento y su forma de vida: "en arte, lo único válido es lo mágico del espíritu; lo demás, con tesón, se aprende". Alcalde es un pintor importante, que debe estar en toda colección de arte español contemporáneo que se precie.