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La plaza Colón de Maó volvió a ser ayer el epicentro de las protesta de los 'indignados', respondiendo así a la movilización convocada a nivel internacional y que se vivió con intensidad en 82 países, entre ellos España. Del 15-M al 15-O, la reivindicación genérica sigue siendo la misma: revitalizar el protagonismo de los ciudadanos para promover un cambio a nivel global. Las multitudinarias manifestaciones demuestran que el movimiento ha renacido con fuerza, que sigue vivo y en el que confluyen colectivos diferentes y personas, a título individual y de todas las edades, a los que les une un deseo de acabar con las injusticias que a diario sacuden el mundo, muchas veces ante la pasividad o incapacidad de los gobiernos. Sin embargo, ninguna reivindicación justifica los actos de violencia que se ha desatado en algunas ciudades. Precisamente el ideólogo de esta "revolución", Stéphane Hessel, apela en su manifiesto a una indignación pacífica. Una vez desbrozando de la masa los grupos que aprovechan la coyuntura para lograr fines nada democráticos o partidistas, no se puede ignorar que la voz de los ciudadanos está en la calle. Los políticos tienen sobre la mesa la tarea de cómo gestionar y canalizar las demandas justas y los 'indignados' la obligación de no salirse de los cauces democráticos.