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Hoy es el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, una jornada, auspiciada en la década de los noventa por Naciones Unidas, que tiene como objetivo sensibilizar a la opinión pública respecto de la necesidad de acabar con el hambre y la indigencia en todos los países, en particular los que están en vías de desarrollo. Lamentablemente, es una jornada triste porque los avances han sido pocos. Como recuerda hoy en este diario la Plataforma per la Solidaritat en Temps de Crisi, el 10 por ciento de la población mundial posee el 70 por ciento de los recursos del planeta. En este sentido, el mes pasado, el secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, clamaba que, a pesar de que la Tierra produce alimentos más que suficientes para todos sus habitantes, hay unos mil millones de personas que aún no tienen garantizada su subsistencia. Los Objetivos de Desarrollo del Milenio, fijados en 2000, tenían como primera meta "Erradicar la pobreza extrema y el hambre", marcando una fecha: 2015. Queda claro que las buenas palabras se están quedando por el camino. Demasiados países no cumplen todavía con el compromiso de destinar el 0,7 por ciento del PIB a la ayuda para el desarrollo. Hoy es un día para retomar el valor de la solidaridad, pero también para indignarse y avergonzarse.