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En uno de nuestros habituales viajes a Barcelona en los que procuramos disfrutar de su espléndida oferta cultural –teatral y musical–, tuvimos la oportunidad de ver la representación teatral, en versión catalana, de la obra "Cat on a hot tin roof" –"Gata sobre teulada de zinc calenta"– de Tennessee Williams, en una sala mágica como es el Teatre Lliure de Gràcia y con una genial dirección de Àlex Rigola y una impecable traducción del inglés de Joan Sellent. De su autor celebramos, a lo largo del presente año, el centenario de su nacimiento. Thomas Lanier Williams, su verdadero nombre, nació en Columbus, en el estado de Mississippi (EEUU) en 1911 y murió en Nueva York, en el año 1983. Es, sin duda, el más representativo de los escritores de la nueva literatura que surgió en el sur de Estados Unidos durante la primera mitad del siglo pasado. A pesar de que cultivó también la poesía y la narrativa, en grado menor, realmente hoy le recordamos por su corpus dramático formado por unas setenta obras. Su teatro representa la transición entre el teatro psicológico de Eugene O'Neill y el social de Arthur Miller. En él se reconocen influencias diversas: Lawrence, O'Neill, Strindberg, Chéjov, Brecht, Sartre.

Sus obras teatrales son, a menudo, dramas llenos de pasiones, con personajes complejos y atormentados, decadentes, que sufren un conflicto psicológico, marcados por una frustración vital en un mundo hostil. Hay repartidos, en el conjunto de su vasta producción dramática, retazos de una biografía problemática, que encarnan algunos de sus personajes más celebres: la figura de una madre dominante y enferma, un padre ausente, y una hermana que acabó recluida en un hospital psiquiátrico.

La intriga es escasa en sus obras, que se centran en la expresión desgarrada de los personajes, inmersos siempre en un entorno opresivo y cuyos diálogos transmiten un manifiesto lirismo, a pesar del ambiente bronco y violento en que se desarrollan. Williams apuesta por una concepción simbólica y plástica del teatro, que pretende llegar al fondo de los personajes y de los acontecimientos de una forma sensorial.

Tras algunos intentos frustrados, su primer éxito lo alcanzó con "El zoo de cristal" (1944), llevada al cine por Irving Rapper en 1950. Es, sin duda, la más autobiográfica de sus obras. Con ella quiso enfrentarse a los fantasmas del pasado que le atormentaban y en la que traza un retrato mordaz de la desintegración de la familia como institución. Unos años después, Williams estrenó, bajo la dirección de Elia Kazan, la que es su obra más emblemática, "Un tranvía llamado deseo" (1947), por la cual ganó el premio Pulitzer y que sería llevada a la pantalla por el mismo director en 1952. Fue la etapa dorada de su producción dramática y sus obras alcanzaron un renombre internacional. La presencia constante de Williams en los escenarios de Broadway reforzó su fama y prestigio. Estrenó con éxito "Verano y humo" (1948) y "La rosa tatuada" (1951), títulos que precedieron a su consagración definitiva que obtuvo con "La gata sobre el tejado de zinc" (1955), su obra preferida y en la que plantea temas tan característicos del autor como son la incomunicación, las rivalidades familiares, el alcoholismo y la homosexualidad, metáforas de la decadencia moral y de la hipocresía de una sociedad condenada a una lenta agonía. Tres años más tarde, fue adaptada para el cine y dirigida por Richard Brooks. Su carrera triunfal prosiguió con otras obras cada vez más simbólicas y complejas. En este sentido cabe destacar "Dulce pájaro de juventud" (1959), que popularizó el film de Richard Brooks (1962). Su último gran éxito lo cosechó en 1961 con "La noche de la iguana", también llevada a la pantalla por John Houston en 1964. Es, precisamente, a partir de la década de los sesenta, que coincidió con una grave crisis personal, provocada, en gran medida por la muerte de su compañero sentimental Frank Merlo, y en plena evolución de la estética teatral, cuando su figura comienza a eclipsarse. Fue una época muy dura para Williams, quien se vio, víctima de su adicción al alcohol y las drogas, solo y abrumado por las críticas adversas, un tiempo en el que no consiguió escribir más que algunas piezas menores, que no merecieron el interés del público. A pesar de ello, siempre se mantuvo fiel a sus principios estéticos, al margen de tendencias literarias o presiones editoriales.

En 1975 publicó sus "Memorias" en las que revelaba lo que era ya un secreto a voces: su homosexualidad. En los últimos años de su vida sufrió las consecuencias de un declive físico y mental que le sumió en un lamentable y definitivo abatimiento. En cualquier caso, su enorme legado literario da fe de sus intentos, inútiles, por superar, con su ferviente entrega a la creación literaria, su profundo desencanto de la vida.