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Muchos me tildarán de retrógrada y, especialmente los de mi generación no comprenderán como, todavía hoy, me resisto a los encantos de los Iphones y sucedáneos. No negaré que me fascina la gran cantidad de funciones que ofrecen los teléfonos móviles de última generación pero, por el momento, me niego a dejarme encandilar. He visto a muchos caer lentamente en las seductoras redes de este tipo de artilugios, sintiendo que mantenían el control mientras tecleaban frenéticamente durante una reunión de amigos. Todos afirman categóricamente no ser dependientes pero resisten conversaciones filosóficas vía "whatsapp" y "twitean" al tiempo que ven la televisión abrazados a sus parejas. También están aquellos que truncan interesantes discusiones con una consulta rápida al Google a través del Iphone. Los móviles se han convertido, de un tiempo a esta parte, en herramientas de incomunicación que, para más inri, se venden como dispositivos que mejoran la interacción social. No sé si conseguiré ir a contracorriente durante mucho más tiempo pero, de momento, rechazo cualquier dispositivo que no me permita disfrutar plenamente de cada momento. Quiero escuchar a mis amigos, seguir debatiendo con ellos sin interferencias y mantenerme ajena a las catástrofes mundiales, al menos, hasta llegar a casa y encender la televisión.