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La masa, la que se convertiría en sabrosos buñuelos, reposaba en el lebrillo. Cubierto por blanco trapo de cocina, en una de las esquinas a punto de cruz las iniciales de su propietaria, una de nuestras tías "fadrines". Mujeres para tener siempre en cuenta, tan pulcras tan tocades i posades, de las que tanto se podía aprender.

Aprovechando la grata espera de que la pasta fuera subiendo lentamente, resguardadas en la boyera, de un fuerte chaparrón, junto al "menescal", tras nacer una res que en un principio presentaba ciertas dificultades, al final todo fue bien. Muy bien. Desde la madrugada aguardábamos el feliz nacimiento, acompañadas por l'amo Bep y sus hijos, vecinos incondicionales, siempre a punto para cuanto se precisa, tal cual hacían nuestros mayores. Al llegar sus nietos y ver la dulce estampa des vadellet junto a su madre, intentaron ponerle un nombre, ya les informaremos, no hubo manera de ponerse de acuerdo.

Sin estar previsto, Agadet, nuestra cocinera preparó uno de sus desayunos para mantener el grado de colesterol. Patatas fritas, huevo con puntillas, café con leche, dejando en la despensa el queso, el "camot", y la sobrasada, para otra ocasión. Ses mulles de pan recién hecho, cocido en la cocina de hierro, también fue otro de los muchos aciertos.

El ser domingo permitió gozar de una saludable sobremesa. Prexèdies añadió lo de saludable, refiriéndose a placentera, según nuestra compañera viene a ser lo mismo, lo importante es gozar de una agradable charla, la cual versó sobre pasadas festividades de Difuntos, cuando el cementerio se encontraba encalado de amarillo en tono azafranado. Los nichos al estilo capillita, mucho más bonitos que las actuales piedras cuadradas en tono negro, una aberración al parecer de una gran mayoría de mahoneses, fue una lástima, que el ayuntamiento mahonés permitiera el cambio. Al consistorio se les escapó de las manos, no tuvieron la prevención de que podría convertirse en un oscuro muro, tal como ha sucedido.

En honor a la verdad, hay que reconocer que últimamente se encuentra muy cuidado, muy limpio y encalado, lo que sí debería pensarse en un futuro, antes de cubrir nuevamente de cal, es darle una "bona rascada", haciendo caer infinidad de antiguas capas. No obstante, se agradece el cambio de nuestro campo santo, sus instalaciones, con su tanatorio, todo tan limpio, tan cuidado. Felicitamos a la familia Gomila por su buen hacer, no en vano tuvieron un buen maestro, son pare y éste aprendió del suyo, tres generaciones les avalan.

Otros referentes del lugar, por su trabajo y su buena disposición, son Pedro Yglesia, y su esposa Montse y cuantos contribuyen en ello.

Estas fechas siempre fueron de mucho trajín. Los antiguos sepultureros se encargaban de encalar, decorar las casetas con flores, limpiando los dorados etc. En el siglo XXI, continúan tal cual.

Recuerdo el porche en lo alto de la sacristía, donde se encontraban infinidad de cajas conteniendo coronas, las mismas que acompañaban los féretros y que después de tenerlos varios días expuestos, eran guardados para la celebración de todos los santos. Sobre las tapas de algunos de aquellos envases se escribía el nombre del propietario, pero no todas, las había que no ponían nada y curiosamente Araceli sa fossera sabía cada una de ellas a quienes pertenecía. En la entrada de su casa, disponía durante todo el año, de varios cubos con flores, también vendía velas, "animetes", estampas de la Virgen.

En la memoria infantil, quedó grabado algo muy sutil. Los feligreses que acudían los domingos a la misa de ocho, la mayoría iban con el ramo de flores, dejándolos sobre los bancales de "sa porxada", al finalizar, se dirigían al recinto arreglando sus nichos.

Decían los mayores, que lo de dedicar una jornada al culto de los difuntos era muy oportuno, obligando una vez al año a acudir a limpiar y adecentar las sepulturas. No todos tenían por costumbre asistir los doce meses del año, portando flores naturales.

El día de Difuntos, el cementerio era visitado por muchas familias. Abuelos, con sus hijos y sus nietos dando la vuelta a los recintos, parándose frente a panteones y "casetes", explicándoles los enterrados en cada uno de ellos, a veces familiares queridos o amigos.

A mí me costaba comprender el porqué las mujeres cubrían sus cabezas con tupidas telas negras, a modo de velos, mientras otras llevaban mantones cubriendo medio cuerpo. Algunos hombres también iban de negro riguroso, traje, camisa etc. Otros tan solo llevaban un botón forrado de tela en el ojal des sau, cosiendo una ancha tira negra alrededor del brazo a unos cuatro centímetros más arriba del codo.

El culto del luto, era muy riguroso. Vestimenta, calzado, medias, guantes, pendientes, abanico, todo, lo que se dice todo, debía ser negro riguroso y de manga larga. A medida que pasaba el tiempo, según el parentesco, se permitía el gris, el lila, blanco y negro, a esto se le llamaba mig dol, iba desde seis meses para un primo, un tío o cuñado; dos para un padrino, para un hermano, tres para los padres, cinco para el esposo, sin olvidar que había quienes vestían de luto siendo muy jóvenes, se le iban enlazando fallecimientos de familiares unos tras otros , llegando a mayores, molt grans, y nadie los había visto jamás de color.

Otra curiosidad, era que de fallecer una madre al nacer su hijo, como fue mi caso, el primer vestido que se te ponía, siendo un bebe, era negro .Es probable que muchos de ustedes hayan visto a niños de primera comunión con tan lúgubre color, por tener luto de un padre o una madre. No se tenía en cuenta la edad del niño.

A medida que iba escribiendo, he recordado que no se podían abrir las ventanas des carrer durante muchos meses, ni llevar peroles al horno para ser cocidos, y mucho menos hacer pastas. Tampoco sentarse a tomar el fresco de la calle, si vivían en una planta baja, se sentaban en el pasillo o recibidor dejando la puerta de la calle " amb un badall molt petit". Ya pueden imaginar si las cosas más esenciales se llevaban con tanta rigurosidad, ni decir de ir a pasear, ni al cine, ni bailes, ni celebrar cumpleaños o festividades. Tampoco podían casarse, a no ser a hora muy temprana. En los años veinte a las cuatro de la madrugada, después de la guerra, fueron más benevolentes, se permitió a las seis y media o siete, des matí.

Han pasado los tiempos, y continúan los mismos cultos en el cementerio, los rezos en la iglesia, las tres misas, el encendido de animetes, los buñuelos, los "panellets", el moniato tostado al calor del fuego de leña, junto a las castañas. El Orfeón Mahonés ha dejado de ofrecernos el clásico don Juan Tenorio, o aquel simpático y tan nuestro que escribiera Orfila, un mahonés que no deberíamos olvidar jamás, "Dony Joan Tanoca des Migjorn". Mientras nadie habla de las "magranes" con vino dulce espolvoreadas de azúcar, que, según el fielatero, por estos días se acostumbraba que los chiquillos fueran a robar por los caminos.

Ahora nos sorprende, el contemplar a la juventud, incluidos los más pequeños de la familia, ataviados de monstruos, brujas, y calaveras. Disfraces acompañados de supuestas heridas, con sangre y un halo terrorífico.

Como repulsa, un grupo de amigos del talaiot de Trepucó, se disfrazaron tal cual lo harían en pleno carnaval. Molt bona.
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margarita.caules@gmail.com