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Si se ha olvidado usted de cambiar la hora, es decir, de atrasar una hora las manecillas de su reloj en la madrugada del sábado, lo tienen claro porque le va a caer, si es que es usted uno de esos afortunados que tienen trabajo, un purazo de padre y muy señor mío. En cualquier caso, como la sangre no va a llegar al río como vulgarmente se dice, su otro reloj, el biológico, ese que no lleva manecillas pero que llevamos dentro, le proporcionará los suficientes avisos y alarmas. A mi que personalmente me gusta no perder de vista las tradiciones y si son importantes, sellos de nuestra identidad, conservarlas al máximo, observo con asombro más que con alegría desmesurada como esa costumbre del cambio horario se mantiene inalterable tanto si hay crisis como si no, como jugamos con las manecillas de nuestros relojes y organizamos excursiones a todas las habitaciones de nuestras casas en busca de los dichosos relojes, sin que los mandatarios de Alemania Y Francia nos digan como debemos hacerlo. Mal lo van a tener los que sufren desde siempre ese cambio con dosis de insomnio y mal humor y mal lo van a tener una gran mayoría que ya de por sí está cabreada y no pega ojo con tanta crisis y otras yerbas. Si lo que necesitamos son dosis de alegrías y cuanta más luz mejor para saber hacia donde vamos, no se yo hasta que punto eso de que anochezca antes va a beneficiarnos.