En el centro de la fotografía de Dolfo aparece Federico Erdozain, agasajado por Maria Luisa Serra a su derecha y el señor Benito Sintes a su izquierda (archivo Margarita Caules).

TW
0

A raíz de escribir sobre el bar Miami de la plaza de San Roque, recordé que en los porches de aquel caserón vivió un tiempo Federico Erdozain con su madre y su tía.

Era posguerra, principios de los cuarenta. Invierno, miseria sociedad anónima. Aquella familia que había dejado Mahón, malvendiendo su casa. Una planta baja de la calle de San Sebastián.

He de suponer que fue por la bondad de los abuelos de Lolita Aymerich que, al ser de Fornells y las hermanas Margarita y Mariana también, los cobijaron en los altos de la casona de la plaza San Roque esquina con la de San Sebastián.

De regreso a Mahón, con la cartera y los bolsillos vacíos, tras su aventura barcelonesa, cargados con una maleta repleta de penurias y sus mujeres como el llamaba a su madre y a su tía que hacia las veces de madre, s'àvia, hermana, amiga, confidente… La que lo mimaba i el va convertir en un al·lot capritxós i malcriat. Ignoro si alguna vez Fede reflexionó en su capricho de dejar lo poco que poseían, subirse al barco, rumbo a la ventura, con tal de vestir un uniforme gris. Lo de los uniformes le apasionaba, una manera más de disfrazarse. El día en que falleció, junto a su lecho de muerte alguien en voz baja musitó: "Toda una vida actuando, verdaderamente deu ser mort, o mos pren es pèl".

Su vida estuvo compuesta de varios actos:

1º acto. Ser hijo de madre soltera en una época que marginaba a la madre que lo era y al hijo.
2º acto. Dejar Fornells, donde todos se conocían y las habladurías tocaven el cel.
3º acto. Un Mahón marginal de estamentos sociales, que tan solo encontraba paz y sosiego a sus preguntas en la Academia Mariana. Entre bambalinas, decorados, potes de pintura, máscaras, indumentaria variada, pelucas, barbas y bigotes, ocultando su verdadero yo.
4º acto. Sus ideales políticos en un tiempo de liberalismo y la llegada de la República le llevaron a destacar.
5º acto. No podía respirar, Mahón le quedaba pequeño para sus ansias de volar, viéndose una vez más arropado por sus mujeres, dejándolo todo. La vida se encargó de ir subiendo y bajando el telón de la vida de Federico Erdozain.

Ignoro cuándo se trasladaron en la misma plazoleta al número 4, que es donde siempre lo ubiqué y lo recuerdo. Lo dije con anterioridad, los patios del lugar, auténtico mirador del vecindario, donde las vecinas hablaban mientras iban tendiendo. Se escuchaban sus cantos al lavar, al fregar, las discusiones familiares no eran desconocidas por nadie, tot se sentia. Todos sabían de todos. Los discretos se callaban cuanto escuchaban, mientras las chafarderas, que siempre las hubo, a la mañana siguiente iban a por el pan o la leche, esclovellaven lo de la noche anterior. El marido que había regresado a altas horas, borracho como una cuba. El que tenía por costumbre zurrar a la esposa, el que no cumplía con sus deberes matrimoniales, el que no entregaba el jornal, jugado en alguna timba. Las niñas que pasaban por ser de casa bien cuando los fondos andaban mal...

Las anotaciones de este día son gracias a las que anoté al dictado del que fuera su gran amigo, Antonio Cantamisa, persona muy querida por cuantos tuvimos el placer de conèixer-lo de prop. Amigo de sus amigos, leal a sus principios, amante de las tablas, dejando su nombre escrito con letras de oro en el Orfeón Mahonés.

Ambos se conocieron cuando Federico tendría unos 15 años en la academia de San Estanislao, es Club, después cine Alcázar.

Recuerdo la emoción de Cantamisa mientras me explicaba que Fede fue una figura muy inteligente. Interpretó en castellano y en catalán, a lo que Gori me añadió que anotara su gran interpretación de dolent en la obra "El misteri del bosc". Llegada la Navidad, su papel estaba encasillado en un peculiar demonio dels pastorells, jamás logrado por actor alguno. A lo que debo añadir que esto es muy relativo. Esta servidora no contempló al demonio de Erdozain, pero sí a Pito Costa y debo añadir que siempre fue magistral. Lo que hace que cada época habrá disfrutado de un actor diferente.

Antes de iniciarse la guerra española, los dos amigos se despidieron en la misma plancha del vapor, prometiéndose que su amistad perduraría siempre, jamás se olvidarían, y así fue a lo largo de sus vidas.

Federico Erdozain era artista de cap a peus, tanto que su vida era una actuación constante. Le ilusionaba vestir uniforme, se engrandecía dentro de uno de ellos, como fue el caso al entrar a formar parte del cuerpo de seguridad, que el pueblo llamaba guardias de asalto.

Pero mucho antes de cuanto he ido escribiendo, se encontró su época de la mili.

Fede cumplió el servicio militar en África, una amargura por parte de su madre y su tía, que sacaron fuerzas de flaqueza para poderle mandar los consabidos paquetes, gracias a la generosidad de unos y otros. Alcanzó los galones verdes, tan preciados entre los jóvenes soldados. Y como anécdota, en uno de sus permisos decidió no regresar, dándose como prófugo. Según Cantamisa, fueron unos momentos difíciles, Fede era muy Fede, muy suyo molt caparrut y convencerlo de que regresara a su punto de destino fue muy dificultoso, nada fácil, teniendo que intervenir cuantos le conocían. Entre ellos mi padre, que siempre hizo de abogado defensor de unos y otros.

De su estancia en Barcelona, uno de sus domicilios fue en la calle Rocafort, chaflán Manso. Mucho antes de acabar la guerra, huyó a Francia, regresó, no le convenció, haciéndolo prisionero en un campo de concentración de Salamanca, fue liberado, gracias a sus artes de actor, solía explicar fue su mejor papel jamás interpretado en teatro alguno. Lo mejor de su vida. ¿Quina la devia armar?

Una vez instalado en los altos de la taberna de Policarpo Trinidad, encontró un trabajo temporal en la Estación Naval, limpiando los submarinos. Al finalizar la jornada quedaba tan negro, que era difícil reconocer. Antonio Cantamisa me confirmó que era el artista más limpio del Orfeón. Se restregaba tanto, que llegaba inmaculado. Siempre hacía uso del aceite, limón y azúcar para que su rostro y manos no delataran su faena.

Aconsejado por sus mujeres, paso a trabajar a la platería del señor Massa de la calle de San Fernando de Mahón. Lamentablemente, para un hombre de su constitución como él, sería tentar a sus maltrechos pulmones. Allí no se dedicó al grabado como en otras ocasiones equivocadamente escribí, su tarea fue de pulidor.

Su constitución, la escasez de alimentos, el ambiente del campo de concentración, el tabaquismo, la pulidora, todo ello le indujo a una grave enfermedad pulmonar, diagnosticada por otro de los queridos vecinos del Trocadero, don Agustín Doménech Landino, el cual logró que acudiera a la consulta gratuita que se ofrecía Sanidad, el pueblo lo llamaba la Gota de Leche, hoy perfumería Vda. de Carreras. Continuó explicándome Cantamisa: "Le acompañé, de lo contrario jamás hubiera acudido. Hacia un frío de muerte, el doctor Doménech tiró alcohol en el suelo y le prendió fuego, mientras Fede se iba desnudando de cintura para arriba, debía mirarlo por la pantalla, los consabidos Rayos X. Quedó alucinado al contemplar sus pulmones. Acto seguido en un impreso realizó un dibujo y se lo enseñó. De allí a ca Hubet de Mallorca, tras 18 meses regresó curado, pero el tabaco no lo abandonó jamás. Para justificar su falta de seguridad en sí mismo, solía repetir de qualque cosa hi ha que morir.

En el sanatorio llegó a mantener correspondencia con 22 mujeres, de por toda España, demostrando su gran capacidad para no enredarse ni con una ni con otra".
Palabras textuales de Cantamisa. Era un listillo, de padre y señor mío.
–––
margarita.caules@gmeil.com