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Hay algunos servicios públicos que tienen que estar, y la tarea de nuestros representantes se debe centrar en hacer que existan, sin que se pueda llegar a cuestionar su existencia o dimensión (sí su adecuada gestión). Otros deben existir solo si se puede, valoración que siempre estará sujeta a cuestiones subjetivas, y en un tercer saco están los que nunca deberían haberse permitido pero que han existido. Lo malo es cuando el peso de los terceros, que suelen ser poco austeros, acaba conllevando a la larga la inexistencia de los segundos o incluso pone en riesgo la viabilidad de los primeros. Ahora asistimos a un triste debate sobre las cuentas de la Fundació de Persones amb Discapacitat, como hemos asistido a un recorte del servicio de transporte público, a la erradicación de la orientación laboral o a ajustes nada inocuos en sanidad o educación. Entre tanta pena, los partidos políticos se enzarzan en discusiones sobre mentiras, verdades y repartos de culpas, y todos y cada uno de ellos parecen quitarse de encima cualquier atisbo de responsabilidad. Y la única verdad es que todos deberían pedir disculpas por haber impulsado y aplaudido el Palma Arena, el metro, la tele autonómica, la financiación de proyectos deportivos profesionales muy millonarios, la multiplicación de organismos con su local, fax y secretaria, cargos para satisfacer a fieles y "urdangarinadas", entre muchas otras cosas que están claramente en el tercer saco.