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La expectativa de salir del atolladero en el que nos han metido unos financieros codiciosos y sin escrúpulos y unos gestores de la cosa pública incompetentes descansa, a corto plazo al menos, en que se nos dé por quienes pueden y deben hacerlo una explicación razonada y entendible para el profano, que somos todos o casi todos, de lo que puede ocurrir si se toman unas determinadas medidas de carácter técnico y político que tranquilicen a la ciudadanía, víctima inocente de lo que está ocurriendo en estos últimos meses y años. Esto es lo más urgente para que no se quiebre la paz social de la que hemos disfrutado durante un periodo bastante largo de nuestra historia reciente. Y que las medidas adoptadas se acomoden máximamente a las exigencias de la justicia y de la equidad

Lo más urgente sí, pero no lo único necesario. Hay otro nivel de actuación menos tangible y menos cuantificable. Es, por ejemplo, el talante y el espíritu en el que se vive una situación excepcional y no prevista y éste es el caso. "La incertidumbre es el hábitat de la vida humana -ha escrito hace poco el sociólogo Zygmunt Bauman- pero es la esperanza de huir de dicha incertidumbre lo que constituye el auténtico motor de nuestro empeño". "La esperanza es el sueño de los despiertos", sentenció Aristóteles unos cuantos años antes de nuestra era. "Cuando todo está perdido aún nos queda la esperanza", reza un proverbio chino. He ahí un pequeño muestrario de opiniones de gente sabia que ha vivido en circunstancias históricas bien distintas de la nuestra de ahora, y transcurridos muchos siglos entre uno y otro modo de pensar.

Bien significativa la unanimidad con la que se manifiestan todos ellos a la hora de buscar y encontrar una receta universalmente válida aplicada a situaciones de excepcionalidad que de vez en cuando se producen en la historia de cualquier país, y que aún siendo muy grave no puede decirse en nuestro caso, sin exagerar manifiestamente, que esté todo perdido como contempla el anónimo autor del proverbio chino. No hemos llegado a este punto. Todavía.

Esta receta, si puede llamarse así, no tiene, pienso, como destinatarios preferentes a los más directos responsables de las decisiones que vayan a ser tomadas en los centros de poder, sino a los que somos espectadores del drama que se está cociendo en las cancillerías europeas en estos mismos días. La responsabilidad en muchos de los acontecimientos que protagonizamos todos ha de ser repartida no en partes iguales ciertamente lo cual sería a todas luces injusto. Pero en aquello que toca a cada uno de nosotros, en singular, permanece la posibilidad de confiar en que algún día llegue la calma que normalmente sigue a toda tempestad. La esperanza es una opción y a veces una virtud que nadie nos puede arrebatar