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Cuando las necesidades básicas aprietan, hay poco margen para la cultura. Ésta se convierte, por regla general, en la Cenicienta de los presupuestos públicos, y no iba a ser el Consell una excepción. Es difícil fijar prioridades y darse alegrías cuando todo el mundo piensa que su parcela particular es la más importante. Pero hay números irrebatibles y el reajuste se impone. Calculadora en mano, el pasado curso se destinaron 2.146 euros del erario público a costear las clases de arte dramático de cada alumno de la escuela de Ferreries, según las cuentas hechas públicas por la institución. Son alumnos que pagan su matrícula, igual que lo hacen los menorquines que estudian en universidades lejos de la Isla pero que, a diferencia de los primeros, reciben, si cumplen los requisitos, una media de 800 euros de beca. La cantidad no llega para pagar el coste de la matrícula en cualquier centro público, pero aligera el esfuerzo que realizan sus familias para darles una formación superior.

Si al hecho de que los jóvenes isleños ya no acceden tan fácilmente a ayudas estatales -porque la insularidad no pesa cuando el paro aprieta y la renta disminuye en todas las comunidades-, se suman el retraso en el cobro de la beca y el recorte en los recursos, el agravio en el reparto del dinero público se lleva aún peor. Y el discurso en favor de la formación de capital humano se queda siempre en eso, meras palabras.