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Los nuevos escaños ya van ocupándose y los nuevos inquilinos empiezan a rellenar su particular contrato de arrendamiento. En ellos ya presupuestan el bagaje que traen consigo y los electrodomésticos que conlleva inherente el arriendo. Así, el móvil, la tablet, las dietas y los cheques de viaje, hacen la vez de lote navideño o de fianza inversa. Y la firma ya se las trae.

Las anécdotas en la fórmula primero, las ya cansinas después del imperativo legal, han perdido protagonismo. Ahora incluso hay quien añade "y para conseguir mañana una Constitución propia" y nadie es capaz de indignarse –solo Rosa Díez ha levantado la voz- ante tal evidente falta de rigor y respeto a la ley.

La tolerancia e hipocresía ante tal desconsideración hacia el ordenamiento jurídico que de una forma u otra, la mayoría de los españoles nos hemos otorgado en democracia, no hace más que dañar la institución democrática misma. ¿Qué consideración le debemos al político –por muy democráticamente elegido que haya sido- que su fórmula implique una no obligación a lo legalmente instituido? ¿Qué consideración y respeto democrático debemos a quien, abusando de la benevolencia democrática, utiliza métodos no democráticos para eludirla?

Y es que etimológicamente la fórmula ya se la trae. El juramento ha quedado arcaico por las connotaciones religiosas, mientras la promesa aparece en auge, por aquello de hacerlo sobre la Constitución. Y no digamos si a esa le añadimos por el imperativo de la ley. ¡Y claro que prometemos o juramos porque la ley nos obliga! ¡Faltaría más! Y en caso contrario, que la justicia se lo demande, añadiría a tal fórmula.

Y hecha la ley, hecha la trampa. Y nunca mejor dicho, cuando el juramento o promesa se realiza en la fábrica de leyes. El término juramento implica –y eso lo dice la Real Academia de la Lengua Española- someterse solemnemente y con igual juramento a los preceptos constitucionales de un país, graves deberes de determinados cargos, etc. Prometer en cambio -lo dice también la misma Real Academia- sólo es obligarse a hacer, decir o dar algo, esperar algo o mostrar gran confianza de lograrlo. Y eso ya es intencionalidad manifiesta. Con dolo, dirán. Y con mucha culpa.

Puestos a oír sandeces y demás barbaridades, algún no tan lejano día, incluso puede que oigamos salir de las bocas de sus señorías, juramentos al más puro estilo de "juro por mi suegra" o "por la madre que le parió". Juramentos o promesas que ocuparían más portadas en los medios de comunicación que de rechazos a sus pronunciamientos.

Y esta legislatura se presenta como la del ruido de las minorías. Y si no, tiempo al tiempo. Actores que renuncian públicamente a las dietas por aquello de sumarse enteros y así a los recortes –mientras resulta que viven, duermen y comen desde hace años en Madrid-. Otros que renuncian al ADSL, a la tablet o quién sabe si a los desayunos con croissant o sencillamente al plan de pensiones. Y estos también son minoría. Más minoría que el propio grupo mixto que crece más que la carta a los Reyes Magos de un corredor de bolsa.

Y las minorías seguirán siendo lo que son. Por culpa y gracia propia, y de los impropios. Mientras no se cambie la fórmula electoral, habrá minorías minoritarias. Mientras no alejen de sus posiciones miras personales, no lograrán el cambio de ésta. Y el ciclo de la serpiente se muerde la cola y el cascabel.

Y la mayoría es necesaria para gobernar. La mayoría también es peligrosa cuando es peligrosamente empleada. La minoría mayoritaria también es peligrosa por cuando es capaz de pactar con el diablo para conseguir metas que las urnas no les han brindado. Y más peligrosas son, cuando el diablo no jura y sí conjura.

Esta legislatura al menos, mantendrá alejado al diablo. Al menos, a quienes visten como tales. Algunos otros, ataviados con ropa de calle, seguirán dándonos algunos quebraderos de cabeza, estómago y bolsillo.

Y el 15-M ya no es noticia. El 15-M ya es historia. Ahora sólo faltará escribirla.
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