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Todo el mundo debería hacer alguna vez el esfuerzo de mirarse desde fuera, de observarse a sí mismo con los ojos de las personas con las que trata. Un padre con los ojos de su hijo. Un jefe con los de sus empleados. Los políticos no están exentos. Si alguna vez se observaran a ellos mismos desde la perspectiva del contribuyente medio se darían cuenta de lo alejados que sus discursos y acciones están del pueblo llano, de lo virtual que en ocasiones es su mundo. No todos los políticos lo hacen con mala fe. Algunos no pueden evitarlo, se sumergen en congresos, comisiones, dictámenes, informes, enmiendas y planes de "no-sé-quéización"... Y se confunden. La hipérbole de este fenómeno es Jaume Matas. Se defiende de una de las acusaciones que pesan sobre él argumentando que era lógico contratar a un periodista para elaborar sus discursos, a 4.500 euros mensuales a cargo de las cuentas públicas, porque estos discursos aportaban "un plus y un valor añadido a la imagen de la comunidad". Gastarse esta pasta en fines tan etéreos y difíciles de compartir, y encima creerse que es algo lógico, normal e incluso beneficioso para la comunidad, es la actitud que ha llevado a la administración pública a la ruina. Es la muestra de una manera de hacer las cosas que, en gran parte, ha provocado la bancarrota. Culpables hay de todos los colores. Unos por ladrones. Otros, insisto, porque han perdido el mundo real de vista. Matas solo es presunto en lo que toca al primer supuesto.