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Hay quien no puede soportarlo, ni resistirse, hay personas constantemente superadas por su responsabilidad y que no la llevan por lo tanto a cabo, hay gente incapaz de ocupar un cargo representativo sin cargarse por el camino de culpas y raras veces de remordimientos por hacerlo sobradamente mal y en repetidas ocasiones, persiguiendo por supuesto un beneficio propio, aunque casi siempre éste aparezca más tarde fugaz e insuficiente como para contrarrestar lo que viene luego cuando sale a luz, si se conoce y denuncia, su desfalco o su aprovechamiento, su negocio ilegítimo y su ambición, sus trampas y su alargada mano por la flexible avaricia. Hay quien no tiene vergüenza, ni siquiera de no tenerla, hay gente que carece de moral, inmune al fiel espejo de sus acciones.

Hay personas que tienen ante sí millones por gestionar, dinero de muchos, de todos, dinero público y que ante tal cantidad no logran hacer callar a la vocecilla que desde el ombligo o más abajo, les está diciendo que es suyo, que puede y debería serlo, que cojan su parte y repartan si es necesario, que hay suficiente para callar a todo el que haya de enterarse, y que no se notará ni lo dirá nadie si todo el que lo ha de saber participa de la misma manera aunque en distinta medida. Hay quien se toma al pie de la letra lo del dinero público y dispone de él a su antojo y sin sonrojarse, para irse de fiesta y comprar placeres o vestirse de Versace. Y es que cuando el dinero no es propio y no se puede llenar con él ni los bolsillos ni las bolsas de la compra o el garaje, cuando el dinero que pasa por delante lo hace también de largo y es abundante, siempre hay alguien dispuesto a creerse que es suyo y a disponer de él para sus caprichos y enriquecerse directa o indirectamente, adquiriendo propiedades o posicionamiento social mediante favores. Hay quien hace pactos personales con el heraldo público y financia proyectos absurdos, y compra servicios ridículos pagando millonadas por nada en concreto ni útil, por algo que a pesar de su precio carece de valor general pero que en contrapartida garantiza, sella y vincula un futuro mejor para sí. Hay personas que hacen todo esto mientras por otro lado recortan y falsamente lamentan la falta de recursos y presupuesto que ellos mismo han liquidado por su cuenta. Hay personas así, expertas en construir el triunfo, su pódium, sobre el fracaso colectivo del resto.

Y evidentemente hay quien se aprovecha de todo esto, la otra parte responsable de que sea así y la que lo mantiene; están los que visitan los despachos de las administraciones públicas chequera en mano, o proyectando influencia y seguridad, los que conocen los teléfonos privados de los mandatarios y les llaman y tratan amistosamente, y que con afectada confianza y a la vez asertiva, seductora, sacan extraordinarias tajadas por muy poco. Hay a quien le basta con chascar los dedos para que otros se pongan a bailar animosamente al ritmo de sus órdenes.

Y está visto que no, que la justicia no es igual para todos, que la justicia real sólo se imparte entre iguales y que lo que nos diferencia a unos de otros, no se mide con moral, con lo que uno hace, sino que con moneda, con lo que cada uno tiene o ha obtenido.