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Hay diferentes cuestiones que me han llevado a comprobar que el hombre es un animal de costumbres. Recuerdo que, antes de que se hiciera obligatorio el uso del cinturón de seguridad en los automóviles, casi nadie lo llevaba. La de quejas que se lanzaron ante esta nueva normativa. Estaban los rebeldes, los que se resignaban, y aquellos que entendían perfectamente que su uso es de lo más lógico. Aunque todavía quedan individuos que entrarían en las dos primeras categorías, lo cierto es que al final la mayoría de conductores se acostumbró y acabó abrochándose el cinturón como el que hace cualquier cosa por inercia. Un caso similar pero más reciente: el de la prohibición de fumar en espacios cerrados. Todos nos acordamos de la que se lió cuando el Gobierno anunció la iniciativa. Los pronósticos más graves estaban en plena calle, sería el hundimiento de bares, restaurantes y, sobre todo, cafeterías... ¿Alguien se ha percatado de ello? ¿Ha vuelto a haber alguna queja? La respuesta es no. Y es que ya lo dicen los sociólogos, el hombre tiene esa tendencia, primero la queja, luego la catástrofe y, finalmente, la resignación y normalidad. Pasado un tiempo, todos nos hemos acostumbrado a disfrutar de espacios sin humo y no ha pasado nada. Visto lo visto, pensemos en la de cosas que se podrían cambiar a nivel local, nacional o mundial. Cosas que, aunque su prohibición o modificación nos chocara de primeras, nos ayudaría a avanzar, a conseguir un cambio a mejor. A mí se me ocurren unas cuantas. Y, ¿a usted?