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Algún día, hace años, a alguien se le ocurrió que el transporte por aire no era un servicio merecedor de ser público. Se privatizó Iberia y se dejaron los despegues y aterrizajes en manos del libre mercado. Balears quedó protegida tan solo por un descuento, cuyo efecto queda anulado por el abuso que las compañías hacen en los precios en lo que es un mercado cautivo, y un cierto intervencionismo en los enlaces entre islas que ponen límites a las tarifas con cantidades nada simbólicas. El mercado, en nombre de su libertad, ha ido deteriorando cada vez más las conexiones por aire de Menorca con la Península. Los horarios cada vez son peores y los precios un abuso, salvo que lo evite la pericia del cazador previsor de ofertas. No obstante, hay situaciones en que no cabe la previsión y fechas en las que las presas son demasiado pocas para tanto cazador. Los voluntariosos e ineficaces pasos de lento dinosaurio de la administración pública contrastan con el vertiginoso devenir de las compañías y la libertad de mercado. Madrid no nos entiende. Ahora menos, ni aparecemos en los paneles de Barajas. La cosa, simplemente, no es rentable. No le den más vueltas. No hay suficiente demanda, no hay beneficios, no hay vuelos. Sí se han logrado vuelos directos a capitales europeas. Pero no se ilusionen con la opción de usarlos ahora como escala para ir a Madrid. Solo son estivales. Otra vez el mercado, que actúa en virtud de la libertad que un día alguien libremente le dio.