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Una revista publicó el domingo pasado la imagen de Larry, el gato que el primer ministro británico adoptó con el objetivo de que cazara ratones. Hasta aquí todo normal, si no fuera porque en la fotografía aparecía el minino en plena calle después de que le hubieran dado con la puerta en el hocico porque, según dicen, ya no cumple con su función. Además, se añade que el primer ministro, David Cameron, ha amueblado su hogar gastándose una buena cantidad de dinero (de ese que procede de los bolsillos de todos los ciudadanos) y no quería que Larry le arañara los muebles. Llama la atención que una persona decida adoptar a un gato en una perrera (que debería ser lo idóneo, siempre evitando la compra) y que, al final, acabe abandonando al animal por cualquier motivo absurdo. Y digo absurdo porque cuando uno acoge a un ser vivo debe saber que tendrá el comportamiento propio de su especie. Si no estamos preparados para según qué (véase arañar, babear, y demás) tendríamos que pensarnos dos veces si debemos compartir nuestra vida con un animal. El caso de Larry y David Cameron me sirve de ejemplo para denunciar una vez más la cantidad de abandonos que se producen en Menorca, tanto de perros y gatos, como de conejos y demás animales. A muchos de ellos se les utiliza de guardianes, para ir de caza, para intimidar a quienes nos rodean, y hasta para peleas. Una vez que 'no funcionan', hay quien se deshace de ellos como si fueran herramientas viejas. Con suerte, Larry contará con una tercera oportunidad.