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Cual si de una milagrosa dieta se tratara; de esas que someten a los inocentes cobayas humanos a restricciones o desequilibrios alimentarios que siguen "a pies juntillas" quienes están desesperados por perder en una semana lo que tardaron en engordar un año. Una pócima muy parecida es la que nos prescriben nuestros flamantes ministros económicos, señores Montoro y De Guindos: la milagrosa dieta antidéficit. Déficit que viene a ser el colesterol malo, el ácido úrico y la arteriosclerosis de nuestro cuerpo económico.

La medicación es muy amarga: más impuestos -a pesar de que repitieron hasta la saciedad que no se precisarían tales inyecciones-, menos gasto e inversión pública, y alguna pastilla de copago sanitario. Los efectos secundarios son tan peligrosos que pueden poner en riesgo vital a nuestro maltrecho cuerpo económico: más paro, menos consumo, menos gasto de inversión empresarial, menos ingresos fiscales, menos dividendos, menos rentas, menos demanda agregada, más paro y…acabamos con más déficit, o sea, con el colesterol más alto y la tensión disparada. Igual que con las dietas milagrosas que, en la mayoría de casos, acaban con el paciente más "hermoso" de lo que estaba a su inicio.

Pero un servidor que no entiende de aminoácidos, acepta servilmente el recetario prescrito por esos doctores que tiene la iglesia del Partido Popular. Pero uno se pregunta ¿por qué es tan ineludible bajar el déficit al 4,8% para el próximo año?. La razón es porque así reza en el Vademecum llamado Pacto de Estabilidad que firmaron nuestros colegas médico-económicos europeos hace ya un par de décadas. Las circunstancias macroeconómicas de Alemania y Francia, principalmente, favorecieron el acuerdo cual principio hipocrático: 3% de déficit y 60% de deuda sobre el PIB.

En realidad tales acuerdos recogidos en el Pacto de Estabilidad fueron contingentes, es decir, las tasas de deuda y déficit casaban bien con las de aquellos países en aquellos años. Nada que ver con nosotros, hoy en día.

Sabemos que si no cumplimos con tales ratios estamos fuera del Pacto de Estabilidad. Pero sabemos también que cumplir con el Pacto nos puede costar una profunda fractura social. ¿Qué es menos costoso en términos de sufrimiento social: quebrar nuestro cuerpo social o ajustar las tasas de déficit y deuda pactadas en su día?. Hay que saber que desde el momento en que se pactaran unas nuevas, éstas serían tan legítimas como las anteriores y, además, más lógicas y alcanzables.

En medicina, los avances se miden a partir de la eficacia curativa con la menor agresión posible para el paciente. Sería deseable que nuestros gobernantes quisieran tratar a la ciudadanía cual si fueran pacientes y así infligirles el menor padecimiento posible. Para ello deberían retirar de nuestro cuerpo social sin más demora las sanguijuelas que tanta sangría están causándonos y evitar que acabemos diciendo que en materia de reducción del déficit está siendo peor el remedio que la enfermedad.