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La decisión de suspender las clases en un instituto durante tres días para una gran mayoría de los grupos, entre ellos la parte obligatoria de la Educación Secundaria, por bajas temperaturas reviste una gravedad que traspasa la anécdota. Siempre nos va a quedar la duda de si este preocupante contratiempo con la climatización se habría producido sin la plaga de los denominados y ya familiares recortes, pero la verdad es que, en general, el empobrecimiento de todo lo que huele a servicio público está empezando a generar una serie de situaciones muy tristes. En educación llueve sobre mojado. Las ratios infernales y los barracones estaban ya entre nosotros antes de la crisis económica y la consecuente obsesión por la reducción del déficit en la administración pública. La crisis en la educación es permanente. Pese a los discursos reiterados de tono buenista y comprometido que llegan desde todos los flancos políticos, da la plena sensación de que lo que ocurre en las aulas solo interesa a los mandatarios (reitero, tanto de un bando como del otro) a la hora de polemizar de forma estéril sobre la lengua vehicular o la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Y siempre ocurre que el ministro de la cosa, vacío de competencias y desde su despacho perfectamente climatizado, nos ilumina con una nueva reforma educativa para entretenerse, olvidando que sin recursos, sin fuel, sin caldera, no hay envoltorio que valga.