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¿Qué tal? –te pregunta Roig-. ¿Te ha gustado?

Se refiere a "The artist", la pluri –galardonada película de Michael Hazanavicius. Roig no ha podido acompañarte al cine al carecer de los privilegios de Huggie, el perrito de la cinta, increíble, y al que la Academia norteamericana debiera de haber concedido un "Oscar"…

Me ha conmovido.

Ante su extrañeza recuerdas los recelos de los que le hiciste partícipe horas antes de encaminarte hacia "Ocimax". Te parecía una apuesta valiente, casi utópica, la de filmar una película casi en su totalidad muda, en blanco y negro, de cien minutos de duración y con el corsé de los 35 m/m no ampliados… Y sin embargo…

¡Cuéntame! –te exige Roig, satisfecho por lo anteriormente dicho sobre Huggie-.

Y le cuentas… Le cuentas que la obra de Hazanavicius se mueve, peligrosamente, y durante todo su metraje, entre lo sublime y lo ridículo (pero permaneciendo siempre en el primero de los terrenos); que el uso de la metáfora es desgarrador; que (y dejando aparte los minutos iniciales de la cinta), "The artist" no es sino una sucesión ordenada de escenas antológicas…

Roig te exige mayor concreción. Lamentas que en su vida el cine no tenga cabida. No así en la de Huggie, que acudía a las salas, libremente, y sin objeciones de gentes malhumoradas, a ver las películas de la heroína… Por eso sigues dándole la tabarra que él, sin embargo, agradece…

Describir el sufrimiento de un actor al descubrir que el futuro equivale a cine sonoro y que en ese mundo no hay cabida para él, a partir de la simple caída de un vaso o de una brocha de afeitar, únicamente puede hacerlo un maestro…

Y, aún bajo los efectos de la emoción que "The artists" te ha producido, le refieres algunas escenas emblemáticas, cuyo contenido no explicitarás por respeto a vuestros lectores y posibles espectadores. La del smoking en el escaparate, por ejemplo; la del juego erótico de la protagonista con ese mismo smoking en el camerino de su ídolo; la sombra en la pantalla; el hundimiento metafórico del actor en las arenas movedizas de la que ha de ser, aparentemente, su última película; la coreografía de las idas y venidas de él y ella en las escaleras de la productora en un encuentro casual; el baile final en el que no se echa en falta, ni tan siquiera, a Fred Astaire y Ginger Rogers; la perturbadora belleza de Berenice Bejo; el homenaje implícito al mundo del cine en sus inicios; la extraordinaria banda sonora; la expresividad y fuerza comunicativa del más mínimo de los sonidos; el/la…

Roig te mira extrañado. Fascinado, tal vez, por tu entusiasmo, sólo contemplado, últimamente, tras el visionado de "El secreto de sus ojos" o "La vida de los otros".

¿Y en cuanto al argumento?

Una acumulación de tópicos que, sin embargo, tiene la fuerza inexplicable de atraparte, de emocionarte… Es, además, un oportuno alegato en favor del poder real de la bondad y de la capacidad reparadora en otros de esa misma bondad. En otros y en uno mismo.

Y Roig mueve su cola, satisfecho. Si hubiera un premio "Batfa" o un "Globo de Oro" a esa misma bondad, él optaría sin duda al galardón y con enormes posibilidades de éxito. Mientras se duerme (la vejez le impone horas y horas de sopor) recuerdas tu salida de la sala. Ese momento preciso en el que recopilaste todo lo que para ti era el cine (inexplicablemente abandonado en los planes de estudio): arte, placer, reflexión, creatividad… Y también, por qué no, refugio. Albergue para quien, asqueado de la realidad, puede sumergirse en él, en otros mundos y olvidarse de lo que queda más allá –ahora lejos- de las paredes de un local. Pero el metraje de las películas –lo sabes- no es eterno e, inexorablemente, se produce el reencuentro con el pan nuestro de cada día… Fue entonces cuando, con "Ocimax" a tus espaldas, en una noche todavía fría, pensaste en lo que ahora era tangible, en ese pan, sí, tuyo y vuestro de cada día, en aquellos que permanecieron mudos y ahora (sin el sentido ni la belleza ni la trascendencia de los personajes de Hazanavicius) han comenzado a hablar o, por mejor decir, a gritar. O en aquellos que, visto lo visto, deberían callar durante largo tiempo, renunciando a sus impresentables "talkies" del ahora y de lo indecoroso. O en aquellos que pudiendo hablar, enmudecen. O en aquellos que hacen de las palabras mentiras enteras. O en aquellos cuyos mudos gestos únicamente vomitan sobre las plateas de vuestras vidas odio, rencor y sectarismo. O en aquellos que optaron por principios maquiavélicos olvidándose de esa bondad personificada en la –repites- perturbadora belleza de Berenice… ¿Dónde estarán "the artists" del mundo de carne y hueso?

Roig se despierta tímidamente y te pregunta a qué es debido ese cambio en tu estado de ánimo. Pero te recuperas al darte cuenta de que los miserables jamás tendrían un hueco en la belleza de "The artists"; que serían incapaces de convencer y aún más de conmover; que su público no sería, ni es, el de los cines, sino otro mucho más gris y deprimente…

Si te parecieras a Huggie intentaría colarte en el cine para que la vieras…

Y Roig sonríe.

Tal vez si hablaras con José Luis –te sugiere, siguiendo con el divertido juego que ilumina, todavía más si cabe, la mañana de un espléndido día-.