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La "espantá" de Javier Arenas del debate electoral que organizó Canal Sur entre los candidatos a la presidencia de la Junta de Andalucía constituiría, sin más, un desaire a la audiencia, que no es poco, pero lo ha sido también hacia los trabajadores de la casa, a los que el político popular ha acusado de servir a intereses espúreos. Arenas no se presentó a debatir sus propuestas con Griñán y Valderas porque, según dijo, Canal Sur no es imparcial. La circunstancia de que ningún medio de comunicación lo es, y la de que, en todo caso, la organización del debate y su equitativo minutaje le garantizaran el mismo trato que al resto de los participantes no bastó, al parecer, para que el eterno aspirante a la presidencia de la Junta modificara su actitud.

Es muy probable, como queda dicho, que Canal Sur no sea, en sus enfoques, todo lo imparcial que Javier Arenas quisiera, pero ¿cuál sería el modelo de imparcialidad televisiva que propugna? ¿El de Telemadrid? ¿El de Canal 9? ¿O el de esa televisión de Marbella, Málaga, que, financiada íntegramente con dinero público, no hace otra cosa que sacar a la alcaldesa del PP todo el rato, únicamente a ella, constantemente, cansinamente, en un bucle perturbador? Podía el aspirante haber aprovechado su presencia y participación en el debate para explicarlo, en la seguridad de que la audiencia habría atendido con interés sus aportaciones. Pero, ¿por qué Arenas despreció esa ocasión para enviar su mensaje al electorado, que, por cierto, otorga a la televisión autonómica andaluza buenos índices de fidelidad y audiencia?

Javier Arenas no fue al debate de Canal Sur porque cree a pies juntillas que va a ganar, que ya ha ganado prácticamente, y, en consecuencia, que nada se le había perdido allí. Abonado a los eslógans, a las consignas, a los mensajes publicitarios, a las alocuciones para simpatizantes, incluso podría serle contraproducente la confrontación con otros discursos y otras ideas. El avalista de sus promesas electorales, el Gobierno central, tampoco le ayuda mucho con sus medidas impopulares, y el candidato debe considerar que cuanto haga, o diga, o se exponga, puede fastidiar los sondeos que le hacen tan rematadamente feliz.