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Una señora se queja con resignada y lógica amargura en el supermercado de que su ayuno ha sido estéril. El análisis de sangre programado se ha quedado en nada. Huelga, suspensión de las extracciones sin previo aviso, porque no estaban obligados a ello. Es la dudosa solidaridad de una protesta que castiga a quien no tiene culpa al tener su mayor seguimiento en la cosa pública. Rajoy ni se entera de lo que le pasó ayer a esta señora, ni de la contrariedad de aquella otra que esperando una ambulancia que no llegó tuvo que llamar a un taxi. Ni de los adolescentes dando vueltas por la calle sin rumbo ni profesor activo. El país no se paró. El seguimiento de la huelga es una incógnita, que oscila entre la hipérbole evidente de los sindicatos y el ninguneo de la autoridad gubernativa, que por contra saca a la calle un montón de efectivos policiales. Por lógica, el seguimiento no podía ser nunca masivo. Se supone que quien se abstuvo en las pasadas elecciones pasa de todo y no participa, y que el ejército que votó al PP no debe tener motivo de queja. ¿O se esperaba una política diferente de un partido liberal que calló en campaña en las cuestiones más espinosas? La reforma laboral es un atropello a los derechos de los trabajadores. Sin duda. Pero la huelga general, prevista de antemano en el momento de aprobar el asunto, sigue siendo una herramienta tan estéril como el ayuno y la protesta de la señora que no pudo hacerse su análisis. Por pura lógica.