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No sé a ustedes, pero a mí me cuesta bastante estirar las cosas más de lo habitual, unas por limitación de fuerza y otras por el temor a la rotura. Que no tengas la suficiente fuerza física es asumible, todos tenemos nuestras limitaciones, pero que se te rompa por haberte pasado, por bestia, eso no tiene perdón. Los cinturones, por ejemplo, son piezas que desde siempre han servido de modelo para ello, para el estiramiento. Han sido y son como unos barómetros que llevamos a cuestas, ceñidos a nuestra cintura y que permiten más o menos holgura dependiendo de las circunstancias. Que estás a dieta severa, te lo estrechas, que te has pasado en el comer y las cervecitas, pues sueltas amarras y santas pascuas. Pero como no solo de pan vive el hombre sino también de lo que le echas dentro, existen otras circunstancias que nos hacen jugar a su tira y afloja. Las medidas económicas, sobre todo las menos populares y que suelen ser las que tocan directamente a nuestros bolsillos, han hecho y hacen que tengamos siempre a mano la perforadora portátil para sumar uno o varios agujeros más y es que a este país nuestro se le está poniendo una cintura de avispa que no veas. Claro que, mientras sobre cuero, siempre habrá espacio para nuevos orificios. Peor sería que, por no llevar el cinturón donde toca, se le cayeran a uno los pantalones, que bajadas de ellos ya sabemos que las hay a diario y muchas, pero otra cosa es que se te caigan por accidente. Pero no hay que desesperar porque si no hay más espacio, siempre nos quedará París o lo que es lo mismo, echar mano de los clásicos tirantes, que esos sí que ceden.